lunes, 31 de enero de 2011

DESARROLLO DEL TEATRO EUROPEO HASTA MOLIÉRE

BLOQUE 3- RENACIMIENTO Y CLASICISMO

El teatro clásico europeo: Shakespeare y Molière

1. LA SITUACIÓN DEL TEATRO EUROPEO EN LA EDAD MEDIA.

Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, durante el largo período medieval, se produjo un olvido general del teatro clásico. Pero esto no quiere decir que el teatro desapareciera totalmente, ya que sobrevivió el espectáculo teatral o parateatro (bufones, acróbatas y juglares) que se manifestaron bajo formas teatrales ligadas a las fiestas religiosas: Carnavales, y Danza de la Muerte.

Hacia el s.XII el arte teatral renace en el interior de las iglesias, en las representaciones que conmemoraban las fiestas cristianas: Navidad y Pascua. Poco después, sale al atrio de las iglesias y más tarde, a la calle y a las plazas. Tenemos ejemplos en diversos países: EN FRANCIA- los miracles (historia de un pecador salvado milagrosamente por la Virgen). Miracle de Theophile ( S.XIII) / s. XIV- los misterios y moralidades ( de intención didáctica y religiosa) y EN ESPAÑA-los autos sacramentales y las representaciones teatrales religiosas de Navidad y Pascua.

A partir del s. XIV, por iniciativa de humanistas italianos, resurge el teatro clásico, en latín y después en lenguas romances, escrito para ser leído: la comedia humanística (antecedente de la Celestina) y en las cortes europeas del s. XV nace un teatro cortesano como espectáculo, de temática profana y de inspiración clásica.

2. EL TEATRO EUROPEO DE LOS SIGLOS XVI Y XVII

Vamos a encontrar un desarrollo paralelo en los países europeos: de las formas dramáticas medievales, religiosas o profanas, se pasa, de una parte a manifestaciones de teatro popular (farsas, enredos novelescos o improvisaciones) y de otra, a formas de teatro culto.

ƒ En Inglaterra y España- el teatro popular es dignificado por Lope y Shakespeare, triunfando sobre el teatro culto, cortesano.

En Francia- no surge una figura propia y será el teatro cortesano y de moldes clásicos el que triunfe a partir de 1630. En Italia-. Se cultiva una género de gran repercusión en otros países: la comedia de enredo (mezcla de la comedia de Plauto y Terencio junto con la influencia de los novelistas en la línea de Boccaccio). Ariosto, con varias comedias de tipo terenciano y Maquiavelo con La madrágora, al estilo de Plauto, son los creadores del teatro culto italiano.

Este tipo de comedia proporcionó argumentos, situaciones y tipos al teatro inglés y español. Pero la gran aportación italiana al teatro es la commedia dell’ Arte, de gran influencia sobre Moliere, entre otros.

Sus características son las siguientes:

ƒ Es un teatro popular

ƒ Sin texto previo ni fijo. Sobre un breve guión los actores improvisan.

ƒ Tiene una serie limitada de personajes, que son tipos (Arlequín, el criado ingenioso/ Spavento, el soldado fanfarrón y los enamorados)

ƒ Se concede una gran importancia a la expresión corporal de los actores.

2.1. El teatro inglés

En la segunda mitad del s XVI, Inglaterra experimenta bajo Isabel I un momento de gran auge y apogeo, que se refleja también en el campo de las letras y las artes: es la época isabelina, entroncada dentro del Renacimiento. (1559-1642). Antes de 1576 las compañías de teatro eran ambulantes: son los “ministrels”, que actuaban en posadas. Después de esa fecha el teatro se hace institución permanente, en edificios construidos expresamente para el teatro (en Londres había ocho, los más famosos: Blackfriars y el Globo) imitando la forma poligonal de las posadas o “inns”, uno de cuyos lados avanzaba hacia el público una plataforma a la altura del cuello de los espectadores que estaban de pie en el patio. Tras ella se abría un soportal, con una cortina al fondo y dos puertas laterales y encima un balcón que permitía la acción en dos niveles. En lo más alto del edificio, en una especie de torrecilla, se disponían los músicos.

El público era heterogéneo, pues desde la familia real hasta artesanos y soldados acudían a los espectáculos. Un público que exige emoción y diversión, lo que hace del teatro un hecho comercial.

En cuanto a los actores, eran exclusivamente hombres, que representaban todos los papeles.

Características:

- Los dramaturgos se pliegan a las exigencias del público. Es un teatro vivo y popular.

- Es un arte al margen de las reglas clásicas, pues no respeta las tres unidades.

- No hay separación de géneros (cómico y trágico se dan en una misma obra) Comedia/tragedia/tragicomedia

-Importancia de la figura del “clown” (el gracioso)

- Mezcla de prosa y verso y éste polimétrico. Aunque el verso más usado será el libre (“blank verse”)

- Se mezcla los estilos y lenguajes (según la categoría social de los personajes)

Géneros:

• La comedia- de fuerte influencia italiana, de la comedia de enredo.

• La tragedia- busca provocar los sentimientos del público.

• El teatro histórico- tenía poco enredo argumental, apelando al sentir patriótico de la Inglaterra ascendente en el escenario mundial.

AUTORES:

ƒ Predecesores:

Christopher Marlowe (1564-1593)-gozó de gran popularidad en su tiempo. Escribió tragedias. La trágica historia del doctor Fausto/ El judío de Malta/ La masacre de París. Es el creador del teatro poético inglés. Es él que aportará el dominio del verso libre y la figura del héroe trágico del teatro inglés, elementos que llevará a su culmen Shakespeare.

ƒ Contemporáneos:

Benjamín Jonson- autor humanista y culto, presagia lo que será el teatro inglés posterior: correcto y superficial. Sus obras, escritas en verso y prosa, ponen en práctica de forma muy elástica las tres reglas. Destaca Volpone

En 1642 el Parlamento inglés decreta el cierre de los teatros. Antes se había ido dando un proceso de decadencia de la tragedia inglesa, que se va haciendo cada vez más sofisticada y cortesana y alejada de lo popular. Desde 1660 el teatro recobra plena vigencia; pero es ya un teatro barroco lleno de efectos sorpresa y honor.

William Shakespeare (1564-1616)

Creador del teatro nacional en Inglaterra. Actor, autor y empresario, hombre de teatro, autodidacta, recogerá el teatro de éxito en su tiempo y lo elevará en calidad.

Clasificación de su producción: 36 /37 obras

A. Obras juveniles (1590-1600) producirá obras en la línea de la comedia de enredo y en la línea de la tragedia clásica. A la vez, escribe sonetos amorosos.

o Comedias: Sueño de una noche de verano/ La fierecilla domada

o Dramas históricos: Enrique VI/ Ricardo III

o Otras obras: El mercader de Venecia/ Mucho ruido y pocas nueces / Romeo y Julieta.

B. Obras medias (1600-1603)-se ve ya su refinamiento y virtuosismo técnico.

o Comedias: Las alegres comadres de Windsor

o Tragedias: Hamlet, Otelo, Julio César

C. Época de las grandes tragedias (1603-1608) período de madurez literaria. Hay una visión trágica

y desengañada de la naturaleza humana.

o Tragedias: El rey Lear/ Macbeth

D. Obras finales (1608-1613) período de aceptación serena de la vida y de sus contradicciones.

o Cuento de invierno/ La tempestad

Estudio de los principales géneros

COMEDIAS- parte de una fórmula ya consagrada: la comedia de enredo, con influencias de Terencio, mezclando fantasía y realidad, enriqueciendo los personajes, que eran planos.

DRAMAS HISTÓRICOS- utiliza acontecimientos de la historia de Inglaterra, pero se muestra más interesado por los hombres y sus conflictos que por los acontecimientos, de ahí su alcance universal.

TRAGEDIAS- modelo claramente alejado del clásico: no hay fuerzas exteriores al hombre sobre las que cargar la responsabilidad de los hechos. Es el hombre quien elige responsablemente su acción. La estructura es similar: una persona de gran virtud y altas cualidades se encuentra en una circunstancia que la somete a prueba. En ella, el espíritu noble deja ver sus flaquezas humanas, pudiendo ser instigado al mal por otros personajes. Así sus personajes son prototipos de sentimientos y pasiones humanas: la duda, la venganza, etc…

Sistema dramático y estilo :

- Perfecto encadenamiento de las acciones, que conducen hacia el fin dramático.

- Utilización del destino en algunas obras: Hamlet/ Romeo y Julieta.

- Contrapunto cómico: dignificación del personaje del “clown”- en sus gracias encierra sentencias de hondura filosófica, dentro de una visión crítica y desengañada de la vida.(los sepultureros de Hamlet)

- Variedad de registros en los diálogos: lenguaje solemne, familiar y vulgar. Lenguaje filosófico y lírico. Utilización de los juegos de palabras y de la reflexión sobre el propio lenguaje y su poder para encerrar la realidad del mundo.

- Distanciamiento escéptico de sus personajes, utilizando el juego del “teatro dentro del teatro” ( los mismos personajes expresan dentro de las obras que serán representados)

2.2. El teatro francés del “Grand Siècle”

Los géneros medievales religiosos se representaron hasta 1548, en que el Parlamento de París los prohíbe, cerrándose así la normal evolución del teatro que se dio en España e Inglaterra. En ese tiempo se instalan en París los comediantes italianos, cuyas comedias de enredo y dell’ arte influirán en el teatro francés. A la vez, se va extendiendo un fuerte interés por el teatro clásico.

A partir de finales del s. XVI hay varios teatros fijos en París, como el Hotel de Bourgogne o el Palais Royal junto a los teatros reales de los palacios del rey, donde se representan fundamentalmente tragedias. Las compañías se pondrán bajo protección de grandes nobles o de los mismos reyes, como la Troupe Royale de Luis XIII

Aún con todo, el teatro francés hasta 1630 tiene las mismas características que el inglés y el español.

De 1636 a 1699 se desarrolla el “teatro clásico francés”, fomentado por el desarrollo de una vida social burguesa y ciudadana, una política cultural favorable por parte del estado y el interés de la monarquía en mantener una corte prestigiosa, que protegió el ballet, la ópera y el teatro.

Características:

ƒ Empleo casi exclusivo del verso alejandrino.

ƒ Respeto de la tres unidades.

ƒ Rígida separación de tragedia y comedia.

ƒ Las obras constan de 5 actos.

ƒ Se impone el buen gusto, rechazándose todo exceso dramático.

Causas:

- No surge ningún autor francés que consiga una fórmula dramática popular de éxito.

- La protección real sobre el teatro impone gustos clásicos.

- El público se va acercando a estas representaciones cortesanas.

- Importante papel de la Academia francesa, que impone el gusto clásico.

AUTORES:

Pierre Corneille- el verdadero creador de la tragedia clásica francesa. Le Cid Jean Racine- el más alto representante del clasicismo a la francesa. Fedra

Moliere (1622-1673)

Creador de la comedia clásica francesa, que se impondrá con posterioridad a toda Europa. De formación clásica, recibe una fuerte influencia de la commedia dell’ arte italiana. Actor, autor y empresario, hombre de teatro. Criticado por los preceptistas clásicos, sufrió la mala reputación de los actores, aunque contó con el apoyo real.

Características:

- Su mayor aportación es la farsa y la comedia de enredo. En ellas pretende enseñar a los hombres cómo son sin dejar nunca de divertirlos.

- Destacan sus comedias de caracteres, de profunda crítica social- defiende la razón y el sentido común.

- Busca la verosimilitud, la naturalidad y la penetración psicológica. Destacan ciertos personajes que aparecen en varias obras, como Sganarel y Scapin y los criados, figuras cómicas y sabias.

- Respeta las unidades.

- Sus obras están escritas en prosa o en verso (pareados alejandrinos)

- Variedad de registros, adecuados a los personajes y uso de juegos de palabras

Temática:

Casi todos los de la comedia moderna y de costumbres: la familia, la educación, la situación de la mujer en la sociedad, el arribismo y el esnobismo burgueses, la falsedad y la hipocresía y la capacidad de autoengaño humano.

Clasificación de sus obras:

a. Farsas- El médico a palos/ El enfermo imaginario/ Las preciosas ridículas

b. Comedias-

b.1. Comedias de costumbres— Las escuela de mujeres (crítica de la educación social de la

mujer y de los matrimonios impuestos)/ Las mujeres sabias

b.2. Comedias de caracteres- Don Juan / El misántropo / El avaro/ Tartufo

EL EDIFICIO TEATRAL, PARA ENTENDER A PLAUTO


EDIFICIOS PARA LA CELEBRACIÓN DE ESPECTÁCULOS

A la amplia y numerosa población, ahora concentrada en grandes ciudades, había que ofrecerle nuevas actividades lúdicas, en general para mayor gloria de sus líderes y divinidades. Para ello se edificaron grandes construcciones que podían albergar a numerosos espectadores. Además, el auge creciente de las artes, como el teatro, o del "deporte" empezaron a necesitar edificios específicos para su práctica y explotación. Aparecen los teatros, los anfiteatros y los circos. Las normas referentes al diseño arquitectónico de todos los elementos y sus proporciones las describió Vitrubio -arquitecto e ingeniero romano, que vivió en época de Augusto- en su gran obra "De architectura".

  • 1.- Teatro romano.
    Teatro romano según Vitrubio
    Planta y sección de un Teatro romano según Vitrubio


    Su origen es griego, pero se diferencia de éste en que tiene planta semicircular, y no circular. Esta modificación se realiza para conformar una sola estructura entre la escena y el graderío. La decoración de todo el conjunto es lujosa: mármoles, columnas, inscripciones... en especial en la escena, donde se aplica todo el diseño de órdenes de los arquitectos romanos.

    Constructivamente, la estructura los teatros podían tener dos formas de diseñarse: directamente al suelo o con estructura de sustentación. Por lo general se ubicaban en zonas adecuadas para que gran parte de la grada se acomodase directamente sobre el suelo, esto es, en las laderas de montañas o cerros. Las partes que no se podían beneficiar de esta situación se estructuraban con pilares de hormigón romano y pasillos abovedados. Lo normal es que la zona más alta de las gradas, la summa cavea, siempre se acomodase sobre una estructura artificial.

    Las formas de diseñar la estructura también variaron: primeramente se hacían muros radiales abovedados que conformaban espacios interiores vacíos, más tarde de utilizaron galerías circulares también abovedadas que además servían de pasillos, y por último se utilizó una mezcla de estos dos sistemas.

    Para su estudio podemos establecer tres zonas bien definidas: la scaenae, la orchestra, y la cavea.
    • La scaenae.
      scaenaeEl conjunto del escenario y todos los elementos y salas necesarias para el funcionamiento correcto de las representaciones. Estaba sobre unpodium que la elevaba de la orchestra.
      Podemos dividirla en varias partes:
      • Proscaenium. Espacio donde actuaban los actores, situado sobre el podium entre la orchestra y la scaenae frons. La parte más cercana a la orchestra, y en ocasiones algo más elevada, se denominaba pulpitum. Su superficie solía estar cubierta de madera. Bajo él se sitúa elhiposcaenium, cámara oculta para mecanismos y decorados. En su alzado de la orchestra se levanta una fachada denominada frons pulpiti.
        Podemos decir que es el escenario donde se mueven los actores.
        Durante los siglos se fijaron diversas formas en su diseño:
        • Planta rectilinea, sin exedras ni nichos y con la frons pulpiti sin decoración o con pilastras.
        • Planta con exedra central, semicircular y con otros dos entrantes menores rectangulares a sus lados.
        • Planta con tres exedras, semicirculares que eran intercaldas con cinco entrantes rectangulares intercalados.
      • Scaenae frons. Es el muro monumental que delimitaba el proscaenium en su parte posterior y, sin duda, elemento más espectacular de la scaenae. Se componía de uno o varios órdenes superpuestos con sus columnas y entablamientos, coronados un un tejado inclinado con doble función: de protección y acústica. En él se abrían tres puertas, una central o valva regia y dos laterales o valva hospitalarium.
      • Postcaenium. Es el conjunto de dependencias situadas detrás de la scaenae frons, vestuarios, pasillos, camerinos...
      • Parascaenium. Dependencias situadas a los lados de la scaenae frons. En ellas se abrían dos puertas itinera versurarum que comunicaban directamente con elProscaenium.
      • Porticus postscaenium. La fachada exterior de la escena, con órdenes de arcos ciegos y en ocasiones formando un patio posterior.

    • La orchestra.
      orchestraEspacio semicircular situado entre la scaenae y la cavea. En su origen griego, además de circular, era el sitio donde se colocaba el coro que acompañaba las representaciones.
      Su zona curva está rodeado por unas gradas -Poedria- destinadas a los grandes personajes de la ciudad: procuradores, senadores, jueces... Se accedía por unos grandes pasillos abovedados laterales -aditus- sobre los cuales se ubicaban unos espacios para espectadores especiales llamados tribunal.
      En su frente, delimitándola en su zona recta, se levantaba el frons pulpiti que es la fachada del podium de la scaenae. Se componía de exedras y nichos decorados con pilastras. Además solían tener escaleras de acceso a la scaenae.

    • La cavea.
      caveaEs el graderío donde se acomoda el público que asite a las obras. Su estructura general lo divide en tres zonas horizontales en altura, cada una de ellas reservada a un tipo de espectador: la imma cavea, la media cavea y la summa cavea.
      • La imma cavea es la zona situada más abajo, la más cercana al escenario. El público de esta zona es de la alta sociedad de la época y por lo general solo hombres, aunque en algunas ciudades se admitían a mujeres, también de alta alcurnia. Suele ser la zona que más filas de gradas posee, ya que, al ser la que tiene un radio menor, en cada una caben menos espectadores.
      • La media cavea está dedicada al público en general y situada a continuación de la imma cavea. Como en esta, lo normal era que solo se admitiesen hombres. En caso de que el teatro no tuviese unas dimensiones suficientes para la construción de la summa cavea, también las mujeres y niños asistían a las representaciones en esta zona.
      • La summa cavea situada en la parte superior del escenario, albergaba a las mujeres y los niños. Los teatros más pequeños suprimían esta zona, ya que implicaba la ejecución de unas estructuras más complicadas, además del espacio necesario.
      Estas zonas solían separarse entre sí con unos muretes perimetrales de 1,20 m. de altura llamados baltei, que limitaban los pasillos horizontales o "praecinctios" que comunicaban las escaleras y las puertas. Sobre la última de las zonas de grada, la summa o media cavea, según el caso, se construían pasillos porticados "porticus" al interior que ramataban el conjunto del graderío.

      Verticalmente, también podemos establecer varias partes:
      • Scalaria o escaleras para acceder a las distintas gradas. Terminan en los pasillos o "praecinctio" que comunicaban con los "vomitorium", puertas y pasillos de entrada o salida de las gradas.
      • Las cunei o cuenus, son las zonas en forma de cuña en que se dividen las gradas por efecto de la compartimentación que ejercen las escaleras.

    El exterior de los Teatros está directamente relacionado con la orografía del terreno en la que se construyó: si las gradas apoyan sobre una ladera o no. En cualquier caso el exterior, generalmente, está compuesto por una sucesión de órdenes de columnas y arcos -en el primer piso- o pilastras con arcos ciegos -en los superiores- que son reflejo del interior, tanto de la cavea como de la frons scaenae.

    En los teatros se representaban obras clásicas y políticas, necesarias para la adecuada "educación" del pueblo.

    Teatro romano de Carthago Nova
    Teatro romano de Carthago Nova
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    Actualmente en España existen más de 20 teatros romanos ya excavados, y trazas de la existencia de otros tantos, desgraciadamente perdidos por la evolución de las ciudades en las que se ubican. Podemos resaltar como más importantes los de:

    Otros, en peor estado, son: teatro de Acinipo en Ronda la Vieja, Málaga; teatro de Baelo Claudia en Tarifa, Cadiz; teatro de Caesar Augusta en Zaragoza,; teatro de Carteia en San Roque, Cadiz; teatro de Gades en Cádiz; teatro de Pollentia en Alcudia, Islas baleares; teatro de Urso en Osuna, Sevilla.



  • 2.- El Anfiteatro romano.


    Planta de Anfiteatro romano según Vitrubio

    Es de planta ovalada como consecuencia de la duplicación de dos teatros, uniéndolos por el escenario. Su nombre se refire a ello, ya que es una palabra de origen griego que quiere decir "dos teatros" (amphi -dos- y theatros). Realmenete no es exactamente así, ya que el resultado de dos plantas semicirculares -teatro- sería una circunferencia y no un óvalo o una elipse, pero el concepto partió de esa idea, siendo modificada para ampliar la zona de actuación, la arena.

    No se utilizaba para la representación de obras literarias ni para discursos políticos, sino para espectáculos de lucha con gladiadores, con animales o simulación de batallas. En algún caso se utilizaron hasta para representar batallas navales -naumachias-, con el agua incluida.

    La estructuras de sustentación se resuelven igual que las de los teatros. En ocasiones, parte de la grada se apoya en una ladera, y el resto se apoya sobre una estructura de muros radiales y circulares abovedados.

    El exterior generalmente se compone de órdenes de pilares o columnas con arcos, en ocasiones ciegos.

    El anfitreatro se divide en dos zonas bien diferenciadas, la arena -escenario-, y la cavea -graderío-.
    • La arena.
      La arena
    • Zona oval donde se representan las actuaciones. Estaba rodeada por el alto muro del podium que la separaba de la cavea. En él se abrían diversas puertas que comunicaban con estancias o pasillos situados debajo de la cavea, por donde salían los gladiadores o animales. Debajo de la arena de los anfiteatros más importantes existían diversos espacios compartimentados destinados a la circulación y estancia de los animales llamada fossa bestiaria. Esta estaba cubierta por madera sobre la cual se extendía la arena, quedando así una superficie uniforme.


    • La cavea.
      La cavea
    • Tiene las características de la cavea de un teatro, pero con una planta oval y elevado en un alto podium. Generalmente disponía de tres zonas horizontales en altura: la imma cavea, la media cavea y la summa cavea.
      • La imma cavea es la zona situada más abajo, la más cercana a la arena. Se separaba de esta por un alto podium que protegía a los espectadores de las armas y animales. En esta zona se acomodaba la clase alta de las ciudades.
      • La media cavea, situada a continuación de la imma cavea, está dedicada al público en general.
      • La summa cavea es la parte superior del escenario. En algunos anfiteatros no se construía por motivos de espacio o estructura. Solía estar culminada por un pasillo porticado.
      Sección de la cavea


      Se separaban entre sí con unos muretes perimetrales o baltei, que limitaban los pasillos horizontales o "praecinctios" que comunicaban las escaleras y los vomitorium. Estas escaleras de subida y bajada delimitaban zonas en forma de cuña llamadas cunei. En ocasiones, dependiendo del tamaño del anfiteatro, la cavea era uniforme, esto es, sin divisiones horizontales (imma, media y summa cavea). Sobre la cavea se situaban los palcos, habitualmente en el centro de cualquiera de los ejes.
    Anfiteatro romano de Emerita Augusta
    Anfiteatro romano de Emerita Augusta
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    En España hay restos de Anfiteatros, siendo los mejor conservados:


  • 3.- El Circo romano.
    Planta del Circo romano de Nerón
    Planta del Circo romano de Nerón

    Edificio en el que se celebraban carreras de carros, caballos y otros espectáculos hípicos.

    Posiblemente, dentro de los numerosos espectáculos que los gobernantes romanos ofrecían al pueblo, los celebrados en el Circo fuesen lo que más éxito y afluencia de público obtuviesen. Así lo demuestran lo amplio de sus gradas -hasta 225.000 plazas en el Circo Máximo de Roma-, los numerosos escritos con reglamentaciones y las crónicas de los eventos que en ellos se sucedieron. Concretamente en España tenemos numerosos datos en forma de lápidas funerarias, pinturas, mosaicos, murales... Además, fueron sin duda los que más tiempo estuvieron en activo, ya que los espectáculos hípicos continuaron celebrándose una vez desaparecidas las luchas de los anfiteatros por influencia de la nueva religión: el cristianismo. Es más, su máximo esplendor llegó en el S. IV, llegándose a poner de moda la expresión "panem et circus", esto es "pan y circo".

    En Hispania establecieron cuatro "factiones" a modo de clubs deportivos y cada uno de ellos se distinguía por un color distinto: Albata (blanca), Veneta(azul), Praesina (verde) y Russata (roja). Los conductores de los carros eran los aurigas, generalmente esclavos. Los carros podían estar tirados por cuatro caballos, cuadrigas o por dos, bigas.

    Arquitectónicamente, tenían una planta rectangular con un semicírculo lateral en uno de sus lados más cortos, a modo de los actuales circuitos de carreras. Podemos distinguir tres partes bien diferenciadas:
    • La cavea o maemiana.
      La cavea
    • El graderío del edificio situado sobre un alto podium que lo eleva para separarlo de la pista de carreras. En planta está formada por dos graderías rectas, que corresponden a los lados largos del rectángulo y una semicircular en el lado corto. El otro lado, sin gradas, corresponde a la puerta de entrada de los participantes -porta pompae-, las caballerizas y los puestos de salida llamadas carceres. Este lateral no era perpendicular a los dos alzados laterales, sino que estaba ligeramente inclinado -en planta- para así equilibrar la salida de los participantes y ajustar las distancias que cada uno recorre. Habitualmente, sobre él, se situaba el "pulvinar" o palco presidencial.
      En su frente, en las gradas semicirculares, se abre la "porta triunphalis" sobre la que se instala el palco de jueces o tribunal iudicium.
      Por último, en las fachadas laterales se abrían las puertas para el acceso del público a las gradas, a las que se accedía por pasillos abovedados y escaleras que comunicaban con los "vomitorium". Las fachadas se decoraban con pilastras y arcos ciegos.
      Su estructura está compuesta de hormigón y mampostería, conformada de manera similar a las de los teatros y anfiteatros.


    • La arena.
      La arena
    • Es el espacio decicado a los espectáculos. Diseñada en un principio para la atracción principal, las carreras de carros, era de forma casi rectangular con uno de sus lados cortos semicircuilar. En su centro se ubicaba la Spina, elemento de separación en dos mitades longitudinales con el fin de diferenciar los sentidos direccionales de la carrera. La arena disponía de dos metas: meta prima, habitualmente en la curva, y meta secunda en uno de los laterales o en frente de la porta pompae.


    • La spina.
      La spina
    • Construcción de planta rectangular muy alargada, que separa en dos la arena del circo. Su disposición no era exactamente central, esto es, sobre el eje longitudinal exacto, si no que se desviaba ligeramente para facilitar la salida de la curva a los participantes. Se componía de un podium, profusanmente decorado, sobre el que se colocaban pedestales con estatuas, obeliscos o columnas conmemorativas. Dependiendo de la longitud del circo, se dividía en tramos, para así celebrar carreras más o menos largas.
    Estas cáracteristicas eran frecuentemente variadas, dependiendo del diseño y tamaño de cada circo. Lo más normal es que se cambiasen la ubicación los palcos y las metas. En España, tradicionalmente se identifican seis circos romanos, habiendo en la actualidad sospechas fundadas de la existencia de otros menores. Los principales son:
    Circo romano de Emerita Augusta
    Circo romano de Emerita Augusta
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  • EL TEATRO EN ROMA. PLAUTO

    EL TEATRO EN ROMA: Plauto


    En Roma existía una antigua tradición teatral de tipo popular. Las ceremonias religiosas iban acompañadas de mímica ritual y las fiestas populares daban pie a creaciones espontáneas. Ya en las danzas escénicas de los etruscos se combinaban las chanzas fesceninas (intercambios de burlas más o menos insultantes) y las saturae (o variedades) con los mimos y cantos de ritmos variados.

    La conquista de la Italia Meridional puso a los romanos en contacto con las costumbres de las ciudades de la Magna Grecia, en las que proliferaban las representaciones teatrales griegas más diversas. Por otra parte, en Roma se habían hecho cada vez más frecuentes los juegos públicos y privados, organizados unas veces para obtener el favor de los dioses y, otras, para testimoniarles su gratitud por haberlo alcanzado. Todo ello contribuía a despertar la curiosidad del público por tales espectáculos.


    La comedia latina fue instituida por decreto, casi en la misma época que lo fue la tragedia. En efecto, los ediles organizadores de los juegos encargaban a escritores de fama ( Livio Andrónico, Nevio, Ennio,…) la adaptación de obras griegas, para representarlas en los mismos. Estos adaptadores aclimataron el género, crearon compañías de actores y educaron al público.

    En el siglo III a.C. surgieron los primeros teatros, consistentes al principio en simples tablados provisionales, instalados en un rincón de una plaza, cerca de algún templo. Su escenario (pulpitum) era sobrio, sin telón ni decorados. Ante él se apiñaba un público heterogéneo y bullicioso, al que un heraldo había de conminar a menudo a guardar silencio.

    El director de la compañía solía comprar al adaptador la obra y la sometía a la aceptación de los promotores de los juegos. Los actores eran todos masculinos y algunos tenían que representar varios papeles en la misma obra. No usaban aún máscara y el atavío y las pelucas (blancas las de los ancianos, pelirrojas las de los esclavos) caracterizaban a los distintos personajes, que llevaban atuendos griegos (Fabulae Palliatae, de pallium, manto griego), en parte para no atentar con sus burlas contra la dignidad de la aristocracia romana, y, en parte, por la afición a lo exótico, demostrada por el público romano. Sólo a partir de Nevio aparecen tímidamente algunas tragedias de tema romano (praetextae, de praetexta, toga usada por ciertos magistrados).

    En los escasos años que mediaron entre estas primeras adaptaciones de obras griegas y las primeras obras de Plauto (hacia el -215) se fueron gestando las tradiciones escénicas romanas.
    El coro, abolido por los últimos comediógrafos griegos, no fue restablecido, pero se amplió el papel del canto y de la música. Los personajes cantan muy a menudo, acompañados por la flauta. En la época de Plauto están ya aclimatados a la escena romana los diversos ritmos de la poesía griega. Para compensar la ausencia de la máscara, se recurre a variados juegos escénicos y a la acumulación de peripecias en el desarrollo de la acción, refundiendo normalmente dos obras griegas en una sola (contaminatio).

    Ante un público que, poseído de su superioridad romana, no hubiera admitido la posibilidad de ver en escena a un ciudadano romano engañado o ridiculizado por un esclavo, no cabía otro recurso que ofrecerle cuadros de costumbres griegas, en las que todo estaba permitido: mercaderes de esclavos, viejos verdes, jóvenes sin escrúpulos, esclavos avispados, …
    La escena, pues, se sitúa generalmente en Atenas, los nombres de los personajes son extraños y, a veces, larguísimos. Y, sin embargo, las obras están salpicadas de alusiones a la realidad circundante, se habla de magistrados romanos o de barrios de Roma. Esta ficción contentaba a todos y no engañaba a nadie. En cambio, la comedia togata, de tema y ambiente puramente romanos, jamás encontró eco en el gran público.

    La comedia romana, siguiendo el ejemplo de la tragedia griega, suele comenzar con un largo monólogo, en el que un dios o un gran personaje narra los hechos pasados, expone la situación presente e insinúa el futuro. Este monólogo suele cerrarse con una llamada a la corrección del público que nos permite suponer, y a veces nos explica expresamente, su conducta ordinaria.
    La comedia romana es una adaptación de la comedia ática del siglo IV a.C., llamada media o nueva, pero, como hemos visto, introduce el elemento musical, tan grato a la sensibilidad italiana de todas las épocas. Gracias a su parentesco con la comedia griega, la latina nos trasmitió el modelo de obras griegas hoy perdidas.

    TITUS MACCIUS PLAUTUS


    Pocas y poco fiables son las noticias que tenemos sobre la vida de Plauto. Pueden resumirse así: nace en Sársina, en Umbría, a mediados del s. III a.C. (-251?). Llega a Roma y gana algún dinero en actividades teatrales, no sabemos si como autor o como actor. Se mete en negocios y se arruina, viéndose obligado a realizar trabajos duros y propios de esclavo, como hacer girar la rueda de un molino. Pero en los pocos ratos de ocio escribió comedias y alcanzó tal éxito que pudo dedicarse enteramente a esta profesión. Todo esto es un tanto novelesco. Los propios romanos de fines de la República (-510 / -30) tenían muchas dudas sobre él. Incluso no sabían con exactitud su nombre completo, que probablemente fuera Titus Maccius Plautus. Es seguro que fue un ciudadano libre pero pobre: un hombre del pueblo que supo llegar al pueblo como ningún otro autor dramático de Roma. Murió el año -184.
    Fue tan grande el éxito de Plauto que, tras su muerte, empezaron a aparecer obras que falsamente se le atribuían. En el s. I a.C. circulaban ya 130 comedias con su nombre. El erudito Varrón las sometió a un estudio riguroso, histórico y estilístico, y llegó a la conclusión de que sólo 21 eran, sin lugar a dudas, de Plauto. Estas son las que nos han llegado, aunque de una de ellas, Vidularia (Bolsa de viaje), sólo nos queda un fragmento. Veamos algunas importantes:

    - Amphitruo (Anfitrión): Júpiter, enamorado de Alcmena, esposa del rey Anfitrión, aprovecha que éste está en la guerra para tomar su apariencia y vivir con aquella. Mercurio asume, asimismo, los rasgos de Sosias, esclavo de Anfitrión. Cuando vuelven de la guerra los auténticos Anfitrión y Sosias, se crea una situación embarazosa, pues son acusados de impostores. Al fin, Júpiter vuelve al Olimpo tras descubrir su identidad. Alcmena da a luz gemelos, uno hijo de su esposo y otro, Hércules, hijo de Júpiter.

    - Aulularia (Comedia de la olla): Euclión, viejo avaro, encuentra una olla llena de oro. Intenta ocultar el hallazgo a toda costa y sigue viviendo miserablemente. Se ve obligado a ir cambiando el escondite de la olla cada vez que está en peligro de que se la roben, lo que le hace vivir en continuo sobresalto. Por fin se la roban y casi pierde la razón. Pero la recupera por obra de un joven enamorado de su hija. Termina curándose y regalando el oro a su hija como dote.

    - Miles gloriosus (El soldado fanfarrón): Un capitán fanfarrón, enamoradizo y vanidoso, compra a una joven que estaba enamorada de un joven ateniense y también al esclavo de dicho joven. El esclavo arregla las cosas de modo que su antiguo amo venga a vivir a la casa de al lado del militar y se reúna con la joven pasando por un boquete abierto en la pared medianera. Un esclavo del militar los sorprende, pero se le hace creer que es una hermana gemela. Al final, mediante una trampa hábilmente urdida, el capitán queda en ridículo y los jóvenes amantes se marchan juntos.

    - Captivi (Los cautivos): Es una obra singular dentro de la producción plautina, ya que encierra un elevado tono moral: Hegión tiene dos hijos. Uno se lo roban los piratas de pequeño; el otro, ya mayor, cae prisionero de los etolios. Hegión compra dos jóvenes prisioneros, Filócrates y Tíndaro, amo y esclavo a su vez, y quiere canjear a su hijo por Filócrates. Para ello envía a Etolia al esclavo Tíndaro para que arregle el canje con el padre de Filócrates. Pero previamente los dos jóvenes habían cambiado sus identidades, y el que va en realidad es Filócrates. Cuando Hegión se entera, castiga duramente a Tíndaro. Pero Filócrates vuelve con el hijo de Hegión para rescatar a su esclavo. Así se descubre que Tíndaro, el esclavo fiel y sacrificado es el otro hijo de Hegión, el que le robaron los piratas cuando niño.

    - Otros títulos de obras son: Bacchides (Las Báquides): dos hermanas gemelas dan lugar a hilarantes y escabrosas confusiones. Menaechmi (Los gemelos): argumento parecido al anterior, pero con dos mellizos, uno, perdido cuando pequeño, vive casado en una ciudad; allí llega su hermano y esto provoca equívocos de gran comicidad. Pseudolus (El embustero): un joven está enamorado de una bella esclava de un alcahuete; éste la vende a un militar y espera que venga a recogerla. Pseudolo, esclavo del joven enamorado, se hace pasar por el mensajero del militar y se lleva a la muchacha para su amo.

    Todas las obras de Plauto pertenecen al subgénero Fabula Palliata. No son creaciones originales, sino adaptaciones de obras griegas. Los autores griegos adaptados no son los de la época clásica, sino los de la llamada Comedia Nueva (s. IV a. C.), el más importante de los cuales es Menandro.

    Tal y como están editadas, las comedias de Plauto constan de 5 actos precedidos generalmente de un prólogo. La división en actos no es de Plauto sino muy posterior. Los prólogos están destinados a contar el argumento de la comedia. Los espectadores romanos querían saber la trama argumental y el desenlace desde el principio. El prólogo lo recitaba uno de los actores de la obra, y con frecuencia un personaje divino que no tenía ninguna otra intervención en la obra, como, por ejemplo, el Lar Familiaris en Aulularia.

    Pero, ¿Hasta qué punto se ceñía Plauto a los originales griegos? No es posible una respuesta segura, ya que no conservamos tales originales. Después de rigurosos estudios sobre el tema y de los recientes descubrimientos de papiros con fragmentos de Menandro, puede concluirse que Plauto se tomaba grandes libertades, cambiando escenas y personajes, insertando pasajes propios con alusiones a costumbres romanas, incluso ensamblando en una obra situaciones y personajes de dos obras griegas. Su labor puede caracterizarse como una «imitación creadora».

    Los personajes y la trama de las comedias plautinas suelen centrarse en:
    - enredos amorosos, sobre todo, de jóvenes de familias ricas que encuentran dificultades hasta que acaban consiguiendo el objeto de sus deseos;
    - padres que pierden a sus hijos pequeños y los recuperan de mayores, reconociéndolos por alguna marca u objeto;
    - soldados fanfarrones que quedan siempre burlados;
    - esclavos astutos, encargados de solucionar los problemas amorosos de sus jóvenes amos;
    - parásitos que adulan y adulan para lograr invitaciones a comer;
    - celestinas y alcahuetes, dueños de muchachas pretendidas por jóvenes sin dinero; …

    A Plauto, por otra parte, le interesa por encima de todo hacer reír. No le quita el sueño la pintura de caracteres psicológicos elaborados. Sólo quiere poner a los personajes en situaciones que provoquen la carcajada, aunque para ello tenga que acudir, como hace con frecuencia, a chistes groseros, alusiones obscenas, situaciones ridículas,…, que eran muy del agrado del público, compuesto en su mayoría por esclavos, soldados y gentes no cultivadas. Fue el autor más popular de todo el teatro latino.

    Por lo demás, Plauto posee un ingenio inagotable y un léxico popular riquísimo. Es un insuperable cincelador de palabras, siempre en aras de la comicidad. El griego le ofrece un campo abonado para formar nombre propios ridiculizando los nombre solemnes de la poesía elevada (Pirgopolinices, Polymachaeroplagides) . Cada uno de sus personajes habla como corresponde a su cultura y posición. Igual es la riqueza de imágenes, la vivacidad, la plasticidad de escenas, el sabio manejo de metros variados, el ritmo siempre entonado de la frase. Con su muerte perdió la escena romana su mejor autor.

    La fama de Plauto ha pervivido a través de los siglos. Diversas obras suyas han sido imitadas por los más grandes dramaturgos de occidente: Shakespeare (Comedy of errors); Molière (L’avare), Camoens (Os amphitrioes); Juan de la Cueva (El viejo enamorado), son algunos de los ejemplos de autores que han bebido en las fuentes plautinas.

    MÚSICA: SE ADMITEN SUGERENCIAS

    PLAUTO

    CÁSINA

    A CARGO DEL GRUPO DE TEATRO ILÍBERIS

    CURSO 2010-2011

    ATARFE

    INTRODUCCIÓN

    Y tras los Captivi, el polo opuesto, la Casina: realmente una exuberante explosión de humor incontenido, desenfadado, de la que son responsables, aparte de la esclava Pardalisca, dos viejos y sus respectivas esposas, dos esclavos y la pareja invisible de Cásina y Eutinico. En casa del viejo Lisídamo hay una esclavita llamada Cásina, que atrae la atención no sólo del joven amo Eutinico, sino desgraciadamente también de su padre Lisídamo. El padre propone que se la case con el capataz de su finca Olimpión, el hijo quiere casarla con su escudero Calino; los dos en la esperanza de poder tener de esta manera a la joven a la propia disposición. Pero el padre no es tonto, y, cuando

    se da cuenta de la maniobra, utiliza el consabido motivo de la comedia de dar el pasaporte al hijo enviándole a un viaje. La madre Artemona, tampoco lo es, y procura defender los intereses del hijo en su ausencia. Como no acaban de ponerse de acuerdo sobre el futuro marido de Cásina, echan suertes saliendo favorecido Olimpión, o sea, el padre. El partido contrario no se da por vencido:

    gustosa accede Artemona a ocuparse de los preparativos de la boda —y bien preparada que la prepara, que con la ayuda de su esclava Pardalisca y su vecina Mirrina, disfraza a Calino de novia—. El resto se puede leer, aunque el texto está muy mutilado, directamente. Olimpión y el viejo son abucheados —y perdonados—, y Cásina, que según comunica al público Calino en los versos

    finales, resulta ser libre de nacimiento e hija de los vecinos, es dada en matrimonio al joven Eutinico. Del original griego se nos da noticia en el prólogo: la comedia de Dífilo titulada Klerúmenoi, en latín Sortientes, por la suerte echada entre los dos pretendientes Olimpión y Calino. Se ha hablado

    también de contaminación, por el segundo motivo en el que aparece la figura del Maccus virgo de la fábula atelana; como por lo general, nada más que conjeturas imposibles de comprobar, al menos por lo pronto.

    Aparte de la abundancia de partes líricas, hablan quizá otros argumentos en favor de una datación tardía de la Casina: la alusión en el v. 980 a la supresión de las Bacanales (Senatus consultum del 186: «nam ecastor nunc Bacchae nullae ludunt»). Imitaciones o reminiscencias de la Casina se encuentran entre otros autores modernos, por ejemplo, en Maquiavelo, Aretino o Moliere.

    Los eruditos franceses se han mostrado piadosos con Lisídamo; Ernout, en su advertencia preliminar a la Casina, cita y corrige la opinión de Lejay de que se trate de un enfermo y afirma por

    su parte: «Lysidame est moins un caractére qu'un fantoche». En todo caso hay que conceder que se le ha logrado al poeta un retrato del eterno hijo de Adán capaz de infundir nuevos ánimos bélicos a cualquier grupo feminista de vanguardia.

    PERSONAJES (DRAMATIS PERSONAE)

    OLIMPIÓN, esclavo, capataz de Lisídamo. De edad madura.

    CALINO, esclavo, escudero del hijo de Lisídamo. Joven.

    CLEÓSTRATA, matrona, mujer de Lisídamo. De edad madura.

    PARDALISCA, esclava de Cleústrata. Joven

    MÍRRINA, matrona, mujer de Alcésimo. Edad madura.

    LISÍDAMO, viejo. Marido de Cleóstrata.

    ALCÉSIMO, viejo. Marido de Mírrina.

    CITRIÓN, cocinero.

    Un flautista. Músicos.

    La acción transcurre en Atenas.

    MÚSICA PARA IR RECIBIENDO A LOS ESPECTADORES

    MOVIDITA: ESTAMOS EN UNA COMEDIA

    (Sale a escena Cupido… buscar música)

    PRÓLOGO

    SALVE! Un saludo, distinguidos espectadores, a los que os encanta venir al teatro, para reír y pasarlo bien. Si es cierto lo que acabo de decir, ¡un aplauso!, (ANIMA A APLAUDIR) que ya desde un primer momento sepa que me acogéis favorablemente.

    (AHORA SE PONE MUY FORMAL) Mi nombre es Eros… o Cupido en latín… el dios Deseo, en español, ya sabéis… me dedico a montarla disparando flechas de un lado para otro… Como mi madre Venus (la diosa del Amor) me vendó los ojos, pues las flechas, a veces, no dan en el lugar adecuado. Si os pasara algo parecido echarme las culpas a mí, si acertáis, alegraos conmigo, el acierto también será mío.

    (Se pone serio) En mi opinión, los que beben vino viejo y a los que les gusta ver comedias antiguas son gente con vista y muy lista; porque les gustan las obras y el lenguaje de tiempos pasados, es natural que deis vuestra preferencia a las comedias de otras épocas; y es que en realidad, las de hoy en día son mucho peores (exagerando)…dónde va a parar…

    Nosotros, al percatamos de lo que se oye decir, de que existe un gran interés por las comedias de Plauto, hemos puesto en escena una vieja comedia suya. Yo os ruego a todos encarecidamente que tengáis la bondad de prestarnos vuestra atención: dejad a un lado las preocupaciones.

    (Solemne) Os voy a decir el título de la comedia: en griego se llama Klerúmenoi; en latín, Sortientes; Dífilo la escribió en griego, después la puso en latín Plauto. Ahora nosotros, que sabemos mucho latín (con ironía) la ponemos en escena para vosotros. Su nombre : Cásina, que significa “sorteo”. Casi na… lo que vamos a montar…

    Aquí (señala la casa de Lisídamo) vive un viejo (sale a escena), que está casado y tiene un hijo, que vive con su padre en esta casa (sale también, comentarios hacia las niñas de lo bueno que está, lo hace en tono gay). Un esclavo suyo, que yace ahora en una enfermedad, mejor dicho, ¡caray!, yace en la cama, para no mentir (sale); pues este esclavo, pero de esto hace ya dieciséis años, vio, cómo, nada más amanecer, era abandonada una niña; va entonces enseguida a la mujer que la abandonaba y le ruega que se la dé; lo consigue y se la lleva derecho a casa y se la entrega a su señora y ama, que ya veréis jajajjaa, es de armas tomar… (sale a escena muy despótica), rogándole que se haga cargo de ella y que la críe. El ama accede y la cría con tanta solicitud como si fuera su propia hija, ni más ni menos. Cuando la chica llega a la edad de agradar a los hombres, el viejo este que vive aquí, se enamora perdidamente de ella (sale, comentario del narrador) y lo mismo le pasa a su hijo (lo mira y comentan lo buena que está)(babean los dos hijo y padre detrás de ella, los separa Eros). Ahora preparan ambos, padre e hijo, cada uno sus legiones (que vaya legiones…!) (salen los esclavos respectivos junto a sus señores) en contra del otro solapadamente: el padre ha dado al capataz de su finca el encargo de que la pida en matrimonio, con la esperanza de que si el otro se casa con ella, tendrá él a su disposición dónde pasar las noches fuera de casa a espaldas de su mujer; por su parte, el hijo ha encargado a su escudero que la pida en matrimonio: sabe que si lo consigue, tendrá en su propio establo al objeto de sus amores. OJO todo esto sucede porque la chica es esclava, y, claro, el matrimonio entre ciudadanos libres y respetables y esclavas no puede ser… La mujer del viejo se ha dado cuenta de que su marido anda enamorado y por eso se ha puesto de parte del hijo. Pero al percatarse el viejo de que su hijo está prendado la misma persona que él y que es así un obstáculo para sus amores, manda al muchacho de viaje; la madre está, con todo, al tanto y ayuda a su hijo en su ausencia. El hijo, no esperéis que vaya a volver hoy en la comedia a la ciudad; Plauto no lo quiso así e hizo cortar un puente que había en el camino. El final de la comedia no lo desvelo… queda en el aire… así estáis atentos hasta el final…

    Y nada más. Que lo paséis bien, mucho éxito y que consigáis la victoria por vuestro verdadero valor, como hasta lo presente. (Anima a aplaudir).

    ACTO I

    OLIMPIÓN, CALINO

    OL. — Pero bueno, ¿es que no me va a ser posible hablar ni discurrir yo a solas sobre mis cosas como me venga en gana, sin que tengas que estar tú presente? ¡Maldición! ¿Por qué vas siempre pisándome los talones? ¡Demonios! (Uno detrás de otro…)

    CAL. — Porque me he propuesto seguirte siempre a donde quiera que vayas como si fuera tu sombra; te juro que, hasta si se te quieres colgar, ¡detrás de ti, voy yo! Así que deduce entonces a ver si a fuerza de embrollos y tretas, eres capaz o no, a mis espaldas, de quitarme a Cásina, como pretendes.

    OL. — ¿Y qué tienes tú que ver conmigo?

    CAL. — ¿Qué dices, sinvergüenza? ¿Para qué tienes tú que andar arrastrándote por la ciudad, tú, mierda de campesino?

    OL. — Porque me da la gana.

    CAL. — ¿Por qué no te estás en el campo, donde está tu cargo? ¿Por qué no te ocupas más de tus campos y dejas de meter las narices en los asuntos de la ciudad?

    ¡No has venido aquí más que para quitarme la novia!; márchate al campo, desgraciado, allí, a tu campo de operaciones (con sorna).

    OL. — Calino, yo no me he olvidado de mi deber; yo he dejado en el campo al frente de los negocios a quien se ocupe como es debido de ellos en mi ausencia. Una vez que consiga el objetivo que me ha traído a la ciudad, o sea, casarme con esa por la que tú estás perdido (Con mala leche y desprecio), con esa personita tan linda (se pone dulzón) y tan dulcecita, Cásina, tu compañera, en cuanto que sea mi mujer y me la lleve conmigo al campo, verás cómo me estoy allí pegado, sin moverme un pelo de mi gobierno. Ya no vendré más…

    CAL. — ¿Que tú te vas a casar con ella? En la horca querría verme antes de que tú te la lleves.

    OL. — Ella es presa mía, o sea, que ya te puedes poner la soga al cuello.

    CAL. — ¡Tú, desenterrado de un estercolero!, ¿tuya va a ser?

    OL. — Ya lo verás.

    CAL. — ¡Anda ya!

    OL. — ¡De cuántas formas te voy a mortificar en mis bodas, si Dios me da vida!

    CAL. — Anda, dime, qué es lo que vas a hacer conmigo.

    OL. — ¿Que qué voy a hacer contigo? Tú serás el que lleve la antorcha

    delante de la novia; después, para que sigas siendo siempre un cretino y un mierda, después, cuando vengas a la finca, se te dará un cántaro y una vereda, una fuente, un caldero y ocho tinajas; lleno de latigazos te voy a dejar, como no las tengas siempre llenas. A fuerza de acarrear agua te voy a dejar tan doblado que vas a poder servir de alcayata. (imita la posición).

    CAL. — ¿Qué es lo que vas a hacer?

    OL. — Te voy a encerrar bien encerrado en el hueco de una ventana, desde donde puedas escuchar los besos que le voy a dar a ella: cuando ella me diga (exageradamente dulce) «mi alma, mi Olimpión , mi vida, dulzura mía, alegría mía, déjame besarte los ojos, amor mío, déjame por favor amarte, mi día de fiesta, gorrioncito, pichoncito, conejito mío». Mientras que se me dice a mí todas estas cosas, tú, (con desprecio) desgraciado, andarás revolviéndote.

    Ahora, para que no vayas a querer darme contestación, me voy dentro, que no tengo ganas de oírte hablar. (entra en casa de Lisidamo).

    CAL. — Voy contigo, aquí por lo menos, ten por seguro, que no vas a dar un paso sin que esté yo presente. (Entra).

    MÚSICA CAMBIO DE ESCENA

    ACTO II

    ESCENA PRIMERA

    CLEÓSTRATA, PARDALISCA

    CL. — (A los esclavos dentro de la casa.) Cerrad las despensas. Voy a casa de la vecina. Si mi marido me busca, me llamáis.

    PA. — El amo había dicho que preparásemos el almuerzo.

    CL. — ¡Chis! Calla y vete; (enfadadísima) ni lo preparo ni se hace hoy comida ninguna, después que no está más que a hacernos la contra a mí y a su hijo, sólo por su gusto y sus amoríos, el muy sinvergüenza. Verás si no me vengo yo de ese ligón haciéndole pasar hambre y sed, con mis dichos y mis hechos. Te juro que le voy a acorralar a fuerza de improperios, que lleve la

    vida que se merece. ¡Digooooo! (ríe jajajajajaja) Con un pie en la sepultura que está, que no piensa más que en desvergüenzas con muchachitas, madriguera de maldades.

    (Hablando hacia los espectadores) Ahora me voy a contarle mis desventuras a mi vecina. Pero ha sonado la puerta, es ella misma la que sale. ¡Por Dios!, con qué poca oportunidad me he puesto camino de su

    casa.

    ESCENA SEGUNDA

    MÍRRINA, CLEÓSTRATA

    MÍ. — (A sus esclavas dentro de la casa.) Vosotras, venid conmigo aquí a la casa de al lado, donde mi vecina. ¡Eh! ¿No me oye nadie lo que digo? Allí estoy, si mi marido o alguien me quiere para algo.

    (Maruja total, mirando a los espectadores) Porque es que cuando estoy ahí sola en casa, me entra un sueño, que se me cae la rueca y el bordado de las manos. (mandona y chillando) ¿No os he dicho que me traigáis la rueca?

    CL. — AVE! Hola, Mírrina. (en plan hipócrita)

    MÍ. — Caray, Cleústrata, hola. Pero, dime, ¿por qué se te ve tan triste?

    CL. — Así suelen estar las malcasadas: Lo mismo dentro que fuera de casa, siempre hay motivo de disgusto. Pues, oye, yo iba precisamente a tu casa.

    MÍ. — Anda, y yo iba a la tuya. Pero, ¿qué es lo que te da disgusto ahora? Porque lo que te disgusta a ti, me produce a mí también pena. (de nuevo hipócrita y marujona)

    CL. — Bien que te lo creo, hija, porque con razón eres para mí la más querida de todas las vecinas, ni hay otra que tenga tantas cualidades, como yo para mí las quisiera. (también maruja e hipócrita).

    MÍ. — Eres muy amable. Pero estoy deseando saber qué es lo que te pasa.

    CL. — ¡Qué problemas tan gordos en mi casa!...

    MÍ. — ¿Cómo? ¿Qué es lo que ocurre? Dime, por favor, que no acabo de comprender bien de qué te quejas.

    CL. — Mi marido me ultraja de una manera espantosa y yo no tengo medios de hacer valer mis derechos.

    MÍ. — Pues es una cosa rara, si es que es verdad lo que dices, porque, por lo general, son los maridos los que no pueden hacer valer sus derechos con sus mujeres. (irónicamente, claro)

    CL. — Sí, se empeña, en contra de mi voluntad, en dar a su capataz una joven esclava, que me pertenece a mí, que ha sido criada de lo mío desde pequeña, y la cosa es que en realidad es él quien está enamorado de ella.

    MÍ. — Dime, por favor, que aquí podemos hablar con tranquilidad, estamos entre nosotras.

    CL. — Así es.

    MÍ. — ¿Y de dónde has sacado a la chica esa? Porque una buena mujer no

    debe tener nada a espaldas del marido, y la que lo tiene no se lo ha procurado por buenas maneras.

    CL. — Todo lo que dices no es más que en contra de tu amiga.

    MÍ. — Calla, tonta y escúchame: no le lleves la contraria, déjale que esté

    enamorado, déjale que haga lo que le dé la gana, mientras que a ti no te falte de nada en casa. Si los tíos son tontos… a ti, ¡que no te falte de na!

    CL. — ¿Estás loca? ¿No te das cuenta que al hablar así, hablas también en contra de tus intereses?

    MÍ. — Boba, tú procura sólo evitar que tu marido te diga eso de...

    CL. — ¿El qué?

    MÍ. — «Afuera, mujer».

    CL. — ¡Chissssss! Calla.

    MÍ. — ¿Qué pasa?

    CL. — ¡Mira!

    MÍ. — ¿A quién estás viendo?

    CL. — Ahí viene mi marido; vete a casa, deprisa, venga, por favor.

    MÍ. — Como quieras, ya me voy.

    CL. — Luego, cuando tengamos tiempo las dos, entonces hablaremos; ahora, adiós.

    MÍ. — Hasta luego. (entra en su casa).

    ESCENA TERCERA

    LISÍDAMO, CLEÓSTRATA

    MÚSICA MELOSA Y QUE ALUDA AL AMOR COMO LA DE LA PELÍCULA GHOST, ENTRA LISÍDAMO ENAMORADÍSIMO

    LI. —(Enamoradísimo) (Solo) En mi opinión el amor supera a todas las cosas de este mundo y es la maravilla de las maravillas, ni hay nadie que pueda nombrar algo que sea al mismo tiempo más picante y más encantador; yo desde luego me asombro de que los cocineros, que hacen uso de condimentos, no hagan uso precisamente del condimento que deja atrás a todos los demás: el amor, porque un manjar en el que el amor entre como condimento, tiene necesariamente que ser del agrado general. Hasta de la misma hiel, que es en sí una cosa amarga, hace el amor miel. Así, las personas se convierten de hurañas en afables y tolerantes, cosas todas que las sé yo más por propia experiencia que no de oídas, porque, desde que estoy enamorado de Cásina, me encuentro más flamante, me dejo atrás en elegancia a la elegancia en persona: pongo en movimiento a todos los perfumeros, me doy con las lociones más finas que encuentro, todo para agradarla a ella, y tengo la impresión que, de hecho, le agrado. La cosa es mi mujer, que me trae atormentado. Ahí la veo a la puerta, está de morros; mala pieza es, pero no tengo más remedio que hablarle con dulzura: ¿qué tal, esposa querida, encanto mío? (Muy hipócritamente)

    CL. — Quita ya y no me toques. (con desdén)

    LI.---Vamos, Juno mía, no está bien eso de ponerte tan mal encarada con tu Júpiter. Eh, ¿a dónde te vas?

    CL. — Déjame.

    LI. —Espera.

    CL. — No me espero.

    LI. — Pues me voy contigo.

    CL. —Tú, por favor, ¿estás en tu juicio?

    LI. — Claro que lo estoy. ¡Ay, cuánto te quiero!

    CL. — No quiero que me quieras.

    LI. — No lo conseguirás.

    CL. — Me matas.

    LI. — (A media voz.) ¡Ojalá dijeras la verdad!

    CL. — Eso te lo creo muy bien.

    LI. — Échame una miradita, encanto.

    CL. — ¿Encanto? Estamos a la recíproca. Dime, ¿de dónde salen esos olores a perfume?

    LI. — ¡Oh, muerto soy! Me ha cogido infraganti —hale, deprisa, a limpiarme la cabeza con la capa—. Que el buen Mercurio te confunda, perfumero, por haberme vendido tales olores.

    (Hace ademán de irse.)

    CL. — ¡Eh, tú, nulidad, mosquito con canas, apenas me puedo contener de decirte todo lo que te mereces, ir por las calles a tu edad apestando a perfume, viejo calavera! ¡Viejo verde!

    LI. — Te juro que es que he estado con un amigo que estaba comprándolos.

    CL. — ¡Mira, qué ligero para inventar mentiras! ¿No te da vergüenza?

    LI. — Como tú quieras, mujer.

    CL. — ¿En qué burdeles te has estado revolcando?

    LI. — ¿Yo en burdeles?

    CL. — Yo sé más de lo que tú te piensas. (ella domina la escena, Lisidamo se caga de miedo)

    LI. — ¿Qué, qué es lo que sabes?

    CL. — Sé que no hay otro viejo más calavera que tú. ¿De dónde vienes, tunante, dónde has estado, por dónde has ido de bureo, dónde has estado bebiendo? ¡Traes una borrachera, demonio! ¡Fíjate, fíjate cómo está el capotillo de arrugado!

    LI. —Los dioses nos confundan a los dos, si es que he echado hoy una gota de vino a mi paladar.

    CL. — No, deja, hale, bebe, fórrate a placer, dilapida tu fortuna.

    LI. — Por Dios, ya basta, mujer, repórtate, para de rajar, deja un poco para que puedas pelear conmigo también mañana. Pero, a ver..., una cosa..., ¿te has puesto ya en razón y estás dispuesta a hacer lo que tu marido quiere que se haga en vez de dedicarte a llevarle la contraria?

    CL. — ¿A qué te refieres?

    LI. — ¿Que a qué me refiero? Pues me refiero a la esclava Cásina, a que se la case con nuestro capataz, un esclavo como Dios manda; con él no le faltará comodidad ninguna, tendrá leña, agua caliente, su manutención, vestidos, y podrá criar a los hijos que Dios le dé, y no que se la entregues a ese mal esclavo, ese bribón y malvado de escudero, que no tiene hoy por hoy ni una

    perra de dinero

    .

    CL. — Me asombro de que a tu edad no sepas cómo portarte.

    LI. — ¿Pero, por qué?

    CL. — Porque si obraras como es debido y razonablemente, me dejarías a mí ocuparme de las esclavas, que eso es asunto de mi incumbencia.

    LI. — Pero, maldición, ¿por qué te empeñas en dársela a un diablo de escudero?

    CL. — Pues porque nuestro deber es apoyar a nuestro hijo único.

    LI. — Pues aunque sea único, no es él más único para mí, que yo, su padre, para él; más natural es que él me conceda a mí lo que yo quiero, que no yo a él.

    CL. —Tú, jefe, te lo juro, te estás buscando tu perdición.

    LI. — (Aparte.) Ésta se lo huele, no hay duda. ¿Yo?

    CL. — Sí, tú. ¿Por qué sales siempre con la misma cantilena? ¿Por qué te empeñas con un empeño tal?

    LI. — Pues para que se le dé la chica a un esclavo como Dios manda y no a uno que es un donnadie.

    CL. — ¿Y qué, si yo consigo del capataz que por atención a mí se la ceda al otro?

    LI. — ¿Y qué si consigo yo del escudero que se la ceda al otro? Y además estoy seguro de que lo conseguiré.

    CL. — De acuerdo. ¿Quieres que le diga a Calino de tu parte que salga aquí fuera? Tú se lo pides a él y yo al capataz.

    LI. —De acuerdo.

    CL. —Enseguida viene. Ahora vamos a poner a prueba, cuál de los dos se da mejor maña. (Entra en casa.).

    LI. — Que Hércules y los dioses la confundan, ahora que puedo explayarme. Mira que estar yo aquí muertecito de amor, y ella, nada más que a hacerme la contra con toda intención. Se huele ya la parienta lo que estoy tramando, por eso se pone adrede de parte del escudero.

    ESCENA CUARTA

    CALINO, LISÍDAMO

    LI. — (Viendo salir a Calino.) ¡Que los dioses todos y las diosas le confundan! (Los dos con rostro muy enfadado)

    CAL. — A ti, decía tu mujer, digo que decía que me llamabas.

    LI. — Sí, yo te he hecho llamar.

    CAL. — Di qué es lo que quieres.

    LI. — En primer lugar quiero que hables conmigo sin fruncirme el ceño: es una estupidez poner mala cara a quien tiene autoridad sobre ti. Calino, yo siempre te he tenido por un buen muchacho y por un hombre de mérito.

    CAL. — ¡Comprendo! Entonces, si es esa tu opinión, ¿por qué no me das la libertad?

    LI. — No, si yo querer, quiero; pero de nada sirve que yo lo quiera, si tú no pones lo tuyo de tu parte.

    CAL. — Me gustaría saber, qué es lo que quieres de mí.

    LI. — Escucha. Te lo voy a decir. He prometido dar a Cásina por esposa a nuestro capataz.

    CAL. — Pero tu mujer y tu hijo me la han prometido a mí.

    LI. — Lo sé, pero, qué prefieres mejor, ¿quedarte soltero y recibir la libertad o pasarte la vida casado siendo esclavo tú y tus hijos? Tú tienes la decisión; escoge de estos dos partidos el que mejor te parezca.

    CAL. — Si soy libre, tengo que vivir a costa mía, ahora vivo a la tuya. En cuanto a Cásina, bien seguro es que no renuncio a ella en favor absolutamente de nadie.

    LI. — Entra y haz venir aquí enseguida a mi mujer y tráete una vasija con agua y los dados para echar suerte.

    CAL. — Me parece estupendo.

    LI. — Yo te aseguro que sabré desviar ese golpe en la dirección que sea; si no puedo conseguir nada por las buenas, al menos echaré a suerte, así me vengaré de ti y de tus protectores.

    CAL. — Pero ya verás cómo me toca a mí la suerte.

    LI. — Sí, por cierto, de que revientes y te mueras.

    CAL. — Ella se casará conmigo, puedes tramar lo que quieras y como quieras.

    LI. — ¡Lárgate de mi vista!

    CAL. — Aunque me ves a disgusto, con todo, seguiré viviendo. (Entra en casa.).

    LI. — ¿Pues no soy un desgraciado? ¿No se me ponen todas las cosas en contra? Me estoy temiendo que mi mujer convenza a Olimpión de que no se case con Cásina; si es así, perdido estás, viejo. Si es que no lo ha conseguido, todavía me queda un rayo de esperanza con el sorteo. En el caso de que también esto me resulte fallido, tomaré una espada por colchón y me dejaré caer encima de ella. Pero mira qué a punto aparece por aquí Olimpión.

    ESCENA QUINTA

    OLIMPIÓN, LISÍDAMO

    OL. — (Hablando con Cleústrata dentro de la casa.) Te digo, ama, que lo mismo me puedes meter en un horno encendido y cocerme allí como si fuera un pan bien tostadito, como conseguir de mí lo que pretendes.

    LI. — Estoy salvado, según lo que oigo, todavía hay esperanzas.

    OL. — ¿Por qué me quieres intimidar prometiéndome la libertad, ama? Si yo, aún en el caso de que tú no quieras ni tampoco tu hijo, puedo ser libre por cuatro perras, a pesar vuestro y en contra de vuestra voluntad.

    LI. — ¿Qué es eso? ¿Con quién peleas, Olimpión?

    OL. — Con la misma que tú siempre.

    LI. — ¿Con mi mujer?

    OL. — ¿Mujer, dices? Tú eres más bien como un cazador, te pasas la vida de día y de noche con un perro.

    LI — ¿Qué es lo que hace, qué es lo que dice?

    OL. — Me ruega, me suplica, que no me case con Cásina.

    LI. — ¿Y qué le has dicho tú?

    OL. — Le he dicho, que no se la cedería al mismo Júpiter, si él me lo pidiera.

    LI. — ¡Los dioses te me guarden!

    OL. —Pero ahora está que arde, está que echa chispas en contra de mí.

    LI. — ¡Caray!, ojalá que explotara partida en dos.

    OL. — ¡Caray!, yo creo que eso no tiene problema si es que tú sirves todavía para algo. Pero te juro que estoy ya harto de tus amoríos: tu mujer está a mal conmigo, tu hijo, los compañeros.

    OL. — ¿Y a ti qué te va ni te viene eso? Mientras que esté a bien contigo aquí el Júpiter este (señalándose a sí mismo), no tienen que importarte un bledo esos dioses segundones.

    OL. — Todo eso no son más que pamplinas, como si no supieras tú con qué rapidez se mueren los Júpiter humanos. Y si tú, mi Júpiter, has desaparecido y tu reino pasa a los dioses segundones, ¿quién va a proteger mis espaldas o mi cabeza o mis piernas?

    LI. —Tu situación es mucho mejor de lo que tú te piensas, si conseguimos que yo me acueste con Cásina.

    OL. — ¡Uf!, me parece que eso es imposible, a juzgar por la energía con que tu mujer se empeña en que no sea yo el que me case con ella.

    LI. — Pues entonces voy a hacer una cosa: echar a suerte entre ti y Calino. Tal como se ponen las cosas, yo pienso que hay que cambiar de táctica.

    OL. — ¿Y si la suerte decide de otro modo que tú quieres?

    LI — No hagas malos agüeros; yo tengo puesta mi confianza en los dioses, esperaremos en ellos.

    OL. —Esas palabras no tienen para mí valor, porque los hombres se confían

    por lo general a los dioses, y con todo he visto yo muchas veces a muchos que confiaban en ellos y se han visto defraudados.

    LI. — ¡Chis!, calla un poco.

    OL. — ¿Qué hay?

    LI. — Ahí sale Calino con la vasija para echar suerte. Ahora llega el momento de luchar a brazo partido.

    ESCENA SEXTA

    CLEOSTRATA, CALINO, LISÍDAMO, OLIMPIÓN

    CL. — Dime, Calino, qué es lo que mi marido quiere de mí.

    CAL. — ¡Caray!, él, en sí, verte muerta y en llamas fuera de la muralla.

    CL. — Por Dios, eso me lo creo yo muy bien.

    CAL. — ¡Caray!, yo no es que lo crea, sino que estoy seguro de ello.

    LI. — (Aparte.) Anda, tengo entre mis esclavos más profesionales de lo que pensaba, resulta que con éste tengo un adivino en casa. (A Olimpión.) ¿Qué te parece si tomamos las enseñas y vamos a su encuentro? Sígueme. ¿Qué hay?

    CAL. — Aquí está todo lo que has pedido: tu mujer, las fichas, la vasija y yo en persona.

    OL. — Tú eres el único que me sobra.

    CAL. — ¡Naturalmente! Yo para ti soy como un aguijón que te atraviesa las entrañas, estás sudando de miedo (se acerca por detrás…), canalla.

    LI. — Calla, Calino.

    CAL. — Échale la pata a ése.

    OL. — Al revés, a ése, que está hecho a que le den por...

    LI. — Pon aquí la vasija y dame las fichas. Atención ahora. Yo, querida mía, había realmente pensado que iba a poder conseguir de ti que se me diera a Cásina por esposa.

    CL. — ¿A ti?

    LI. — A mí... eh... No quise decir eso, al querer decir «a mí», dije «a éste» y por eso, por estar deseando..., ¡bah!, no hago más que decir tonterías.

    CL. — De verdad que así es, y no sólo las dices, sino que también las haces.

    LI. — A éste... no, ¡caray!, a mi... ¡Ay! Trabajillo me ha costado volver al buen camino.

    CL. — Por Dios, que son demasiadas veces las que te equivocas.

    LI. — Eso pasa cuando se desea una cosa con tanta vehemencia. Pero ahora éste y yo te hacemos una petición en virtud de tus derechos.

    CL. — ¿Qué es lo que queréis?

    LI. — Yo te lo diré, dulzura mía: que concedas la mano de Cásina a nuestro capataz.

    CL. — Pero yo te juro que ni se la concedo ni se me pasa por las mientes una cosa tal.

    LI. — Entonces, yo decidiré el caso echándolo a suertes.

    CL. — Nadie lo impide.

    LI. — Yo creo con razón que ésta es la solución mejor y la más imparcial: en fin de cuentas, si nos sale bien, nos alegraremos; si nos sale mal, lo llevaremos con paciencia. (A Olimpión.) Toma tu ficha; mira lo que pone.

    MÚSICA ALUSIVA A LAN LOTERÍA… QUE PRODUZCA EFECTO CÓMICO

    OL. — El uno.

    CAL. — Eso es una injusticia, que él vaya antes que yo.

    LI. — Tómala tú, si quieres.

    CAL. — Venga. Espera, se me acaba de ocurrir una cosa, no sea que haya ahí dentro del agua otra ficha.

    LI. — Piensa el ladrón, que todos son de su condición.

    CL. — (Mirándolo.) No hay ninguna, estáte tranquilo.

    CAL. — Ojalá que...

    OL. — Te vas a buscar tu perdición; yo me sé muy bien la clase de pieza que eres. Pero espera un momento, ¿esta ficha tuya es de chopo o de abeto?

    CAL. — ¿Y a ti qué más te da?

    OL. —No sea que vaya a salir a flote por eso.

    LI. — ¡Muy bien! Ándate con ojo. ¡Echad las fichas ahora los dos aquí! Ea, remuévelas, Cleóstrata.

    OL. — No te fíes de tu mujer.

    LI —Ten buen ánimo.

    OL. — No, es que creo que, si toca las fichas, las va a hechizar.

    LI. — Calla.

    OL. — Me callo. Le pido a los dioses...

    CAL. — ... que te veas encadenado y con el virote al cuello.

    OL. —... que me den la suerte...

    CAL. — ... de que te veas colgado por los pies.

    OL. — Y tú que eches los ojos por la nariz.

    CAL. — ¿De qué tienes miedo? Tenías que tener ya la soga preparada.

    OL. — Estás perdido.

    LI. — Atended los dos.

    OL. — Me callo.

    LI. — Ahora, Cleústrata, para que no digas luego o sospeches que yo he obrado en este asunto con malicia, te dejo a ti: saca tú la ficha.

    OL. — Me pierdes.

    CAL. — Él sale ganando.

    CL. —(A su marido.) Gracias.

    CAL. — Ruego a los dioses, que tu ficha se haya escapado de la vasija.

    OL. — ¿Qué dices? ¿Porque tú eres un desertor, quieres que todos hagan lo mismo? Ojalá tu ficha se dilulla en el agua.

    CAL. — Tú eres el que se va a diluir ahora al calor de los palos.

    LI. — Atiende, Olimpión.

    OL. — Si es que me deja este estigmatizado.

    LI. — ¡Ojalá me acompañe la suerte!

    OL. — Ojalá, y a mí también.

    CAL. — No.

    OL. —Que sí, ¡maldición!

    CAL. — ¡Maldición!, que no.

    CL. — (A Olimpión, refiriéndose a Calino). Éste saldrá vencedor. Tú serás un desgraciado.

    LI. — (A Olimpión.) Rómpele la cara a ése, que se pone insoportable. ¡Venga! ¿Sí o no? (A Cleóstrata.) Mucho cuidado tú con ponerte entremedias.

    OL. — ¿Le doy un puñetazo o un guantazo?

    LI. — Como quieras.

    OL. — ¡Toma! (Golpeando a Calino)

    CL. — ¿Qué tienes tú que tocarle a éste? (A Calino)

    OL. — Mi Júpiter me lo ha mandado.

    CL. — (A Calino.) Dale tú también un guantazo.

    OL. — ¡Muerto soy! ¡Me apuñetean, Júpiter!

    LI. — (A Calino) ¿Por qué has tenido tú que tocar a éste?

    CAL. — Mi Juno me lo ha mandado.

    LI. — Habrá que aguantarse, ya que, aún en vida mía, es mi mujer la que tiene el bastón de mando.

    CL. —Tanto tiene éste (por Calino) derecho a hablar como ése (por Olimpión).

    OL. — ¿Por qué se mete a echarme a perder mis buenos agurios?

    LI. — Calino, cuidado, que te la vas a ganar.

    CAL. — A tiempo me avisas, después que me han apuñeteado la cara.

    LI. — Venga, Cleústrata, saca ya las fichas. Vosotros, atención. (Aparte) No sé ni dónde estoy a fuerza de miedo. Estoy perdido, parece como si el bazo me oprimiera el corazón, de los brincos que está dando, ¡qué manera de golpearme el pecho!, las está pasando canutas.

    CL. — Ya tengo una ficha (con la mano dentro del cubo).

    LI. — Sácala.

    CAL. — (A Olimpión) ¿Te has ido ya al otro barrio?

    OL. — Enséñamela. Es la mía.

    CAL. — ¡Me has matado!

    CL. — Has perdido, Calino.

    LI. — Olimpión, me congratulo de que los dioses nos hayan sido propicios.

    OL. — Eso ha sido en premio a mi piedad y a la de mis antepasados.

    LI. — Entra, Cleóstrata, y prepara la boda.

    CL. — Como tú digas.

    LI. — ¿Te das cuenta de que de aquí a la finca hay un largo camino para llevársela?

    CL. — Lo sé. (Entra en la casa)

    LI. — Anda dentro, y aunque te resulte duro, ocúpate de todo.

    CL. — Vale. (Entra en casa.)

    LI. — Vamos nosotros también dentro a darles prisa.

    OL. — Yo no te detengo. (señalando a Calino)

    LI. — Es que delante de éste (señalando a Calino) no quiero decir ya nada más. (Lisídamo y Olimpión entran en casa.).

    ESCENA SÉPTIMA

    CALINO

    CAL. — Si cogiera ahora y me ahorcara, no sólo perdería el tiempo, sino que encima tendría el gasto de la soga y luego les proporcionaría una alegría a mis enemigos. Además, ¿qué falta hace ahorcarse, si en realidad de verdad puedo darme por muertode todas formas? Al fin y al cabo me ha vencido la suerte y Cásina se casará con el capataz, y no es ya tanto lo que me resulta duro el que el otro ha salido victorioso, como el que el viejo tuviera tantísimo afán porque no me la dieran a mí y se casara con el otro. ¡Qué nervios tenía el pobre, qué prisas, qué saltos pegaba después que salió victorioso el capataz! Eh, me retiraré un poco, oigo que se abre la puerta, salen mis buenos

    amigos. Desde aquí, escondido, podré tenderles una emboscada.

    ESCENA OCTAVA

    OLIMPIÓN, LISÍDAMO, CALINO

    OL. — (A Lisidamo). Déjale que venga al campo; yo te lo devolveré a la ciudad con una horca al cuello como si fuera un carbonero.

    LI. — Me parece estupendo.

    OL. — Tú déjalo a mi cargo.

    LI — Yo había pensado mandar a Calino contigo a hacer la compra, si hubiera estado en casa, para que lloviera sobre mojado al añadirle ese nuevo escozor a nuestro común enemigo.

    CAL. — (Aparte retrocediendo.). Me acercaré marcha atrás hacia la pared, haré como los cangrejos (los imita); tengo que enterarme de lo que hablan sin que ellos se den cuenta. Si uno de ellos me atormenta, el otro me quema la sangre. ( Señalando a Olimpión). Pero mira cómo se contonea con su toga blanca el bribón ese, ese coleccionista de palos. Más vale aplazar mi muerte y enviar a éste por delante al otro barrio.

    OL. — ¿Ves qué bien he sabido servirte los deseos? Te he hecho posible el más ardiente de todos ellos: hoy estará contigo el objeto de tus amores a espaldas de tu mujer.

    LI — Calla; Por los dioses, que apenas puedo contener mis labios de cubrirte de besos por ello, amor mío.

    CAL. — (Aparte.) ¿Qué? ¿Que le vas a besar? ¿Qué es eso? ¿Amor mío? Mm, yo creo que ése quiere darle al capataz por...(hace algún gesto grosero).

    OL. — Pero bueno, ¿es que ahora es a mí a quien amas?

    LI. — Y te juro que más que a mí mismo. ¿Me permites abrazarte?

    CAL. — (Aparte.) ¿Qué? ¿«Abrazarte»?

    OL. — Vale.

    LI. — ¡Ay Dios mío, al tocarte me parece estar lamiendo miel!

    OL. —(Rechazando a Lisidamo) ¡Largo, maricón, retírate de mis espaldas y mi trasero!

    CAL. —(Aparte) Eso, eso es el motivo por lo que le ha hecho a éste su capataz; también a mí, una vez que había salido a buscarlo, por poco me nombra así su mayordomo, que quería dármelas ahí a la puerta, el tío.

    OL. — ¡Anda, que no dirás que no te he servido los pensamientos, mira el placer que te he proporcionado!

    LI. — Hasta tal punto, que, mientras viva, gozarás de mi favor, aún anteponiéndote a mí mismo.

    CAL. (Aparte.) Anda que, según yo creo, éstos van a enredar hoy las piernas: a este viejo le gusta correr tras la gente con barba.

    LI. — ¡Cómo voy a poner de besos a Cásina, cómo me las voy a pasar a espaldas de mi mujer!

    CAL. — (Aparte.) ¡Ajá! Ahora al fin voy por buen camino, es él el que está perdido por Cásina; ¡Ya los he pillado!

    LI. — ¡Ay!, me deshago en deseos de abrazarla y besarla.

    OL. — Deja que hagamos primero la boda. ¿A qué esa prisa, maldición?

    LI. — Es que estoy loco de amor.

    OL. — Pues me parece que hoy no va a ser posible.

    LI. — Es posible, si es que piensas que es posible que recibas mañana la libertad.

    CAL. — (Aparte). Ahora sí que tengo que aguzar mis oídos: voy a matar dos pájaros de un tiro.

    LI. — Yo tengo preparado aquí un sitio en casa de mi amigo y vecino Alcésimo; (señala la casa de Alcésimo) él sabe toda la historia de mi enamoramiento y me ha prometido albergarme en su casa.

    OL. — Y su mujer, ¿dónde estará?

    LI. — Se me ha ocurrido una solución estupenda. Mi mujer la llamará aquí a casa con motivo de la boda, para que la acompañe y la ayude y se acueste aquí con ella; yo se lo he dicho y ella me ha prometido hacerlo así. La vecina se acostará aquí en nuestra casa, yo mandaré al marido fuera; tú te llevarás a tu mujer al campo —el campo será la casa del vecino (señala la casa de Alcésimo)—, mientras que yo celebro mis bodas con Cásina. Tú después, antes de que amanezca te la llevarás mañana a la finca. ¿No te parece bien pensado?

    OL. — Eres un lince.

    CAL. — (Aparte) ¡Hale, maquinad lo que os venga en gana, te juro que las vais a pagar todas juntas vuestras trapisondas!

    LI. — ¿Sabes lo que vas a hacer ahora?

    OL. — Dimelo.

    LI. —Toma esta bolsa, ve y haz la compra, date prisa, pero compra todo de lo más fino, manjares tiernecitos, así como ella.

    OL. — Vale.

    LI. — Compra sepias pequeñitas, lapas, chipirones, cebadillas.

    CAL. — (Aparte.) Mejor triguillas, si no eres tonto.

    LI. — Compra también suelas.

    CAL. — (Aparte.) ¿Por qué no más bien unos buenos zuecos para patearte la cara, viejo más que sinvergüenza?

    OL. — ¿Quieres lenguados?

    LI. — ¿Para qué teniendo a mi mujer en casa? Bastante lenguado tenemos con ella, porque no para nunca de darle a la sin hueso.

    OL. — Cuando vea lo que hay en el mercado, ya escogeré yo de entre todos los pescados lo que mejor me parezca.

    LI. —Tienes razón, hala, márchate. No quiero que te andes con miramientos con el dinero, compra en abundancia. Yo tengo que hablar con el vecino, para que se ocupe de lo que le he encomendado.

    OL. — Entonces, ¿me voy?

    LI. — Sí, márchate. (Se van cada uno por el lugar correspondiente de la escena.)

    CAL. — Así perdiera cien veces la ocasión de que se me diera la libertad, no dejaría de prepararles a éstos un buen escarmiento y de contárselo todo al ama: los he cogido in fraganti. Pero si mi ama está dispuesta a hacer lo que debe, hemos ganado la causa. Verás cómo me hago con ellos. La cosa se va poniendo de nuestra parte; después de haber quedado vencidos, vamos a

    salir vencedores. Me voy dentro, para guisar de forma distinta el guiso cocinado por otro cocinero, para que no esté dispuesto para el que estaba dispuesto, sino que esté dispuesto para el que no estaba dispuesto. (Entra en la casa).

    BAILE PREPARADO POR LAS ALUMNAS DE PRIMERO DE BACHILLERATO

    ACTO III

    ESCENA PRIMERA

    LISÍDAMO, ALCÉSIMO

    MÚSICA QUE INTRODUZCA EN ESCENA A LOS VIEJOS

    LI. — Ahora, Alcésimo, voy a enterarme, de si tú eres el fiel trasunto de un amigo o de un enemigo, ahora es la hora de dar la cara, ahora se juega la batalla decisiva. Ahórrate tus reproches por verme enamorado, ahórrate todo eso de que si «con esas canas», «a tu edad», «estando casado»,

    etc.

    AL. — Yo no he visto en mi vida a nadie más perdidamente enamorado que tú.

    LI. — Por favor, déjame la casa libre.

    AL. — Bueno, demonio, sí, hasta los esclavos, las esclavas todas te los mandaré a tu casa.

    LI. — ¡Oh, eres más listo que listo. Ocúpate de todo, yo me voy al

    foro, enseguida vuelvo.

    AL. — Hala, adiós.

    LI. — Y procura que eche tu casa una lengua.

    AL. — ¿Pero, para qué?

    LI. — Para que cuando vuelva me diga: «¡Campo libre, adelante!».

    AL. — ¡Eh, eh!, te mereces una buena paliza, ya son demasiados chistecitos.

    LI. — ¿Y de qué me sirve estar enamorado, si no tuviera pesquis y me las supiera echar de dicharachero? Pero ten en cuenta que no tenga que andar buscándote.

    AL. —No voy a faltar de casa.

    ESCENA SEGUNDA

    CLEÚSTRATA, ALCÉSIMO

    CL. — ¡Coño!, por eso me rogaba mi marido con tanto ahínco que me diera prisa en traer aquí a la vecina, para tener la casa libre y poder llevar allí a Cásina. Pero descuida que la vaya yo a llamar, que no tengan los bribones esos un sitio libre, los chivos decrépitos esos. Pero mira, ahí sale la lumbrera del senado, el defensor del pueblo, mi vecino. ¡Mira que prestarse a proporcionarle a mi marido un local libre! Te juro que no pagaría por

    él ni el precio de un celemín de sal.

    AL. — (Sin ver a Cleústrata.) Me extraña que no vengan a buscar a mi mujer, que hace ya no sé el rato que está preparada en casa esperando a que la llamen. Pero mira, ahí está Cleústrata, seguro que viene a buscarla. Ave, Cleústrata.

    CL. — Ave, Alcésimo. ¿Dónde está tu mujer?

    AL. — Ahí dentro, esperando a que vengas a buscarla, que tu marido me ha pedido que la mandara a tu casa para que te ayudara. ¿Quieres que la llame?

    CL. — Déjala, mejor no, si está ocupada.

    AL. — No tiene nada que hacer.

    CL. —No, déjalo, no quiero importunarla, después me acercaré yo.

    AL. — ¿Pues no estáis de preparativos de boda?

    CL. — Sí que estamos.

    AL. — ¿No necesitas entonces alguien que te ayude?

    CL. — Tengo en casa gente de sobra; cuando haya pasado la boda, entonces iré a verla. Ahora, adiós, y salúdala de mi parte. (Entra en casa.)

    AL. — (Aparte.) ¿Qué hago yo ahora? ¡Desgraciado de mí, que he cometido una vileza tal por culpa del bribón del chivo ese desdentado, que me ha metido en este lío! Voy y prometo la ayuda de mi mujer, parece como si tuviera que ir a una casa extraña a lamer los platos. ¡Sinvergüenza ese, que me dijo que su mujer iba a venir a buscar a la mía, y ahora sale ella diciendo que no le hace

    falta!; y milagro si no es que se huele ya la vecina toda la historia. Aunque, por otra parte, si bien lo pienso, si hubiera algo de eso, ya me hubiera pedido explicaciones. Me voy dentro a poner la nave de nuevo en seco. (Entra en casa.)

    CL. —(Sola) Anda que no me he burlado bonitamente del tipo este. ¡Qué afanados andan los dos pobres viejos! Ahora me gustaría que viniera el vejestorio ese imbécil de mi marido, para dárselas también a él, después de habérselas dado al otro; mi objetivo es enzarzarlos a los dos. Pero mira, ahí viene: cuando lo ves así con esa cara tan seria, dirías que es una persona seria.

    ESCENA TERCERA

    LISÍDAMO, CLEÓSTRATA

    LI. —(Sin ver a Cleóstrata). En mi opinión, para un hombre que está enamorado, es una gran necedad el coger e irse al foro en un día en el que tienes a la mano el objeto de tus amores; como he hecho yo ahora, necio de mí, que he perdido el día asistiendo a un pariente en un juicio; te juro que me alegro de que haya

    perdido el pleito, así no me ha hecho asistirle en vano; porque, en mi opinión, el que se busca un patrono en un juicio, debería primero preguntar e informarse, si esa persona tiene o no tiene el ánimo necesario para un asunto tal: si dice que no lo tiene, entonces es preferible que coja y lo mande exánime a su casa. Pero mira, ahí veo a mi mujer a la puerta de casa. ¡Ay, desgraciado de mí! Me temo que no sea sorda y se haya enterado de lo que he estado diciendo.

    CL. — (Aparte.) Y tanto que me he enterado y me las vas a pagar.

    LI — Me acercaré. ¿Qué tal, mi vida?

    CL. — Por cierto que te estaba esperando.

    LI. — ¿Está ya todo preparado? ¿Has hecho venir ya a la vecina para que te ayude?

    CL. — Fui a buscarla como me dijiste, pero el compadre ese tuyo, desde luego el mejor de los amigos, se ha enfadado por lo que sea con su mujer: ha dicho, cuando fui a buscarla, que no la podía dejar ir.

    LI. — Eso es por culpa tuya, que eres tan poco atenta.

    CL. — Marido mío, no es propio de mujeres honradas, sino de golfas, el andar con amabilidades con hombres extraños. Ve tú y tráela, yo voy dentro a ocuparme de las cosas que hay que hacer.

    LI — Date prisa, pues.

    CL. — Vale. (Aparte.) Verás el susto que le voy a pegar, caros le van a salir hoy a éste sus amoríos. (Entra en casa.)

    ESCENA CUARTA

    ALCÉSIMO, LISÍDAMO

    AL. — (Sin ver a Lisidamo) Voy a ver si ha vuelto nuestro galán del foro, bien se ha burlado de mí y de mi mujer el muy fantoche. Pero ahí está a su puerta. ¡Caray! Lisídamo, precisamente iba a buscarte a tu casa.

    LI. — ¡Caray!, y yo a la tuya. Pero, dime, puñetero, ¿qué fue lo que te encargué, qué fue lo que te pedí?

    AL. — ¿Pero, qué pasa?

    LI. — ¡Qué bien me has dejado la casa libre y has hecho pasar a tu mujer a la nuestra! ¿No ves cómo por culpa tuya estoy perdido yo y la ocasión que se me ofrecía?

    AL. — ¡Vete al cuerno! Tú habías dicho que tu mujer iba a venir a buscar a la mía.

    LI. — Y ella dice que ha ido a buscarla y que tú dijiste que no la dejabas ir.

    AL. — ¡Pues si ella misma me dijo que no le hacía falta su ayuda!

    LI. — Pues ella misma me ha mandado a buscarla.

    AL. — Pues me trae sin cuidado.

    LI. — Pues me matas.

    AL. — Pues me alegro.

    LI. — Pues esperaré lo que haga falta.

    AL. — Pues no querría sino...

    LI. — Pues...

    AL. —... fastidiarte como sea.

    LI. — Pues eso más bien yo a ti... No te creas que te vas a quedar encima con tus «pues».

    AL. — ¡Pues los dioses te confundan, para acabar ya de una vez!

    LI. — A ver, ¿dejas ir a tu mujer a casa o no?

    AL. — Llévatela y vete al cuerno, con ella, con la tuya y con tu dichosa amiga. Vete y deja esto de mi cargo, yo la haré pasar por el jardín a tu casa. (Inicia la retirada para entrar por la puerta de su casa)

    LI — Ahora sí que te portas como un verdadero amigo. (Alcésimo entra en casa.) ¿Bajo qué auspicios me ha entrado a mí este enamoramiento o qué es la falta que he podido yo cometer contra Venus, que se me ponen tantas dilaciones a mi amor? [¡Huy, huy! ¿Qué griterío es ése ahí

    dentro en casa?

    ESCENA QUINTA

    PARDALISCA, LISÍDAMO

    PA. — (Saliendo de casa de Lisídamo.) ¡Estoy perdida, estoy perdida, muerta, toda, todita muerta! ¡Tengo el corazón en un puño, estoy toda temblando, desgraciada de mí, no sé dónde encontrar ni dónde buscar ayuda, defensa, refugio, socorro!: tan sorprendente, tan increíbles son las cosas que acabo de ver ahí dentro, qué atrevimiento tan inaudito y tan espantoso! (Hablando hacia dentro de la casa con pánico fingido.) Ten cuidado, Cleústrata, retírate de ella, por favor, no sea que, enfurecida como está, haga algún disparate contigo; quítale la espada, que está fuera de sí.

    LI. — (Aparte) Pero, ¿qué es lo que ocurre, para precipitarse ésta en esa forma fuera de casa con ese susto, medio muerta? ¡Pardalisca!

    PA. — (sigue con su tragicomedia) ¡Muerta soy! ¿De dónde sale esa voz que hiere mis oídos?

    LI. — Mira para acá.

    PA. — ¡Ay, amo mío de mi alma!

    LI. — ¿Qué es lo que te pasa? ¿A qué viene ese susto?

    PA. — ¡Muerta soy!

    LI. — ¿Cómo?, ¿que estás muerta?

    PA. — Muerta soy, tú también eres muerto.

    LI. — ¿Eh, que estoy muerto? ¿Cómo?

    PA. — ¡Ay de ti!

    LI. — ¡Qué ay de mí, ay de ti más bien, digo yo!

    PA. —Cógeme, por favor, que no dé con mis huesos en el suelo.

    LI. — Dime inmediatamente lo que pasa, sea lo que sea.

    PA. — Cógeme por el pecho, hazme por favor un poco de aire con la capa.

    LI. — ¿Qué será lo que le pasa? Como no sea que es que se haya preparado bien a base de pura flor de vino.

    PA. — Cógeme por las orejas, por favor.

    LI. — ¡Vete al cuerno! ¡Maldita seas tú, con tu cabeza, tu pecho y tus orejas! De verdad, que si no me haces saber inmediatamente lo que pasa, te voy a hacer saltar los sesos, tú, víbora, que estás ahí nada más que tomándome el pelo todo el rato.

    PA. — ¡Amo mío de mi alma!

    LI. — ¿Qué hay, esclava de mi corazón?

    PA. — No te pongas así conmigo.

    LI. — Pues, espera, que lo que has visto no es nada; pero dime, qué es lo que pasa, sea lo que sea, y en pocas palabras, ¿qué es ese jaleo que se ha armado ahí dentro?

    PA. — Yo te lo hará saber, escucha: una cosa espantosa, ahora mismo ahí dentro, tú no sabes cómo se ha puesto tu esclava, una cosa indigna de los modales atenienses.

    LI. — ¿Pero, de qué se trata?

    PA. — El espanto me paraliza la lengua.

    LI. — ¿Puedo saber al fin de ti, qué es lo que ocurre?

    PA. — Yo te lo diré. Tu esclava, la que quieres dar por esposa al capataz, ella, ahí dentro en casa...

    LI. —¿Dentro? ¿Qué es lo que ocurre?

    PA. — Pues que imita los malos modales de las malas mujeres y amenaza a su marido: la vida...

    LI. —¿Qué?

    PA. — ¡Ay, Dios mío!

    LI. — ¿Qué pasa?

    PA. — ... que le va a quitar, dice, que le quiere quitar la vida; y luego, una espada...

    LI. — ¡Huy, por Dios!

    PA. — ... una espada...

    LI. — ¿Qué pasa con la espada?

    PA. — Que tiene una espada.

    LI. — ¡Ay, desgraciado de mí! ¿Por qué tiene una espada?

    PA. — Va persiguiendo a todos por toda la casa y no consiente que se acerque nadie a ella; todos andan escondidos debajo de los arcones y de las camas y no se atreven ni a rechistar de miedo que tienen.

    LI. —¡Muerto soy, perdido estoy! ¿Qué clase de mal le ha entrado de pronto?

    PA. — Se ha vuelto loca.

    LI. — Soy desde luego el más desgraciado de todos los mortales.

    PA. — Bueno, ¡si supieras todas las cosas que ha dicho!

    LI. — A ver, dímelas, ¿qué es lo que ha dicho?

    PA. — Escucha: ha jurado por todos los dioses y las diosas del Olimpo, que matará al que se acueste con ella.

    LI. — ¿A mí me quiere matar?

    PA. — Pero, ¿es que tiene eso algo que ver contigo?

    LI. — Ah...

    PA. — ¿Qué tienes tú que ver con ella?

    LI. — Me he confundido; quise decir, que si va a matar al capataz.

    PA. — A ti no te faltan salidas.

    LI. — Pero, ¿me amenaza a mí?

    PA. — Contigo es sobre todo con quien está furiosa, más que con nadie.

    LI. — Pero, ¿por qué?

    PA. — Porque la casas con Olimpión; y está decidida a no prolongar ni un día tu vida, ni la suya ni la de su marido; por eso me han mandado aquí a avisarte que tengas cuidado con ella.

    LI. —¡Por Hércules!, ¡pobre de mí, estoy perdido!

    PA. — Bien te está empleado.

    LI. — Soy el galán más desgraciado de todos los tiempos.

    PA. — (Al público.) ¡Qué manera de tomarle el pelo! Todo lo que le he dicho no es más que una pura mentira: mi ama y la vecina de al lado han inventado esta historia y me han mandado aquí a que le engañe.

    LI. — ¡Oye, tú, Pardalisca!

    PA. — ¿Qué hay?

    LI. — Hay...

    PA. — ¿El qué?

    LI. — ... una cosa que te quiero preguntar.

    PA. — Me haces perder el tiempo.

    LI. — Y tú me haces perder los nervios; pero, ¿tiene Cásina todavía la espada?

    PA. — Sí señor, y además no tiene una, sino dos.

    LI. — ¿Cómo, dos?

    PA. — Con una dice que va a asesinarte a ti, con la otra al capataz.

    LI. — (Aparte.) Soy el más asesinado de todos los vivientes; lo mejor será que me ponga una coraza. (A Pardalisca.) Y mi mujer, ¿por qué no va y se la quita?

    PA. — No se atreve nadie a acercarse a ella.

    LI. —Pues que intente convencerla.

    PA. — Ya lo ha hecho, pero ella dice que no soltará de ninguna manera las espadas, a no ser que tenga la seguridad de que no se la casa con el capataz.

    LI —Por la fuerza, si no de grado, se casará hoy. A ver por qué motivo no voy a salirme yo con la mía de que se case conmigo..., eh, bueno, que me diga, con el capataz.

    PA. — Te equivocas un si es no es más de la cuenta, ¿eh?

    LI. — El miedo hace que se me trabe la lengua. Pero, por favor, yo te suplico,

    dile a mi mujer que le ruego que la convenza de que suelte la espada, que pueda yo entrar en casa.

    PA. — Así lo haré.

    LI. — Ruégaselo tú también.

    PA. — Se lo rogaré.

    LI. — Pero hazlo así con zalamerías, como tú sabes. otra cosa: si lo consigues, te regalaré unas sandalias y un anillo de oro y otras muchas cosas.

    PA. — Lo intentaré.

    LI. — No ahorres esfuerzos.

    PA. — Yo me voy, si es que no quieres algo más.

    LI. — Vete y ocúpate de lo dicho. Mira, ahí vuelve mi compinche con la compra. ¡Menuda procesión trae tras de sí!

    ESCENA SEXTA

    OLIMPIÓN, CITRIÓN, LISÍDAMO

    OL. — (A Citrión señalando a sus ayudantes.) Mira, ladrón, de mantener a raya a las zarzas esas.

    CI. — ¿Zarzas, por qué?

    OL. — Porque lo que tocan se lo llevan tras de sí, y si vas a quitárselo, te desgarran; o sea, que a cualquier parte que van, en cualquier sitio que están, es doble el daño que causan al que los contrata.

    CI. — ¡Vamos anda!

    OL. — ¡Huy! Venga, deprisa, a ponerme bien puesto, como si fuera un señorito, que ahí está mi amo.

    LI. — Ave, buena pieza.

    OL. — Y tú que lo digas.

    LI. — ¿Qué hay de nuevo?

    OL. —Tú estás enamorado, yo tengo hambre y sed.

    LI. — (Meloso) Qué bien arreglado que vas.

    OL. — (Rechazándolo) ¡Eh, hoy..., otra vez no!!!

    LI. — ¡Quieto, aunque no tengas gana de ello!

    OL. — (Resoplando) Uff, uff, tus palabras me dan asco.

    LI. — ¿Pero, por qué?

    OL. — Porque sí. ¿No te largas? (yéndose) De verdad, ¡me vienes con unas cosas!

    LI. — Te voy a dejar fuera de combate, ya lo verás, como no te quedes quieto ahí.

    OL. — ¡Oh Dios, quieres hacerme el favor de alejarte de mí, si no es que quieres que eche las entrañas.

    LI. — ¡Quieto!

    OL. — (Haciendo como que no conoce a Lisídamo.) ¿Qué es esto! ¿Quién es este hombre?

    LI. — Soy tu amo.

    OL. — ¿Qué amo?

    LI. —El amo de quien tú eres esclavo.

    OL. — ¿Yo, esclavo?

    LI. — Y esclavo mío.

    OL. — ¿No soy libre? Haz memoria, haz memoria.

    LI. — (Agarrándolo) Quieto ahí.

    OL. —Déjame.

    LI. — Soy tu esclavo.

    OL. — Estupendo.

    LI. — Por favor, Olimpito mío, mi padre, mi patrono.

    OL. — Ves, ahora hablas como es debido.

    LI. — Soy todo suyo.

    OL. — ¿Y para qué quiero yo un esclavo tan malo?

    LI. — A ver, qué, ¿cuándo me vuelves a la vida?

    OL. — Cuando esté la cena.

    LI. — Que entren éstos pues.

    OL. — (A los cocineros.) Hale, enseguida, dentro, y daos prisa; ahora mismo

    voy yo, preparadme una cena que me forre, pero una cena por lo fino, nada de berzas a lo bárbaro. (A Lisídamo.) ¿Qué haces ahí parado? Hale ya.

    LI. — Yo me quedo aquí.

    OL. — ¿Es que hay alguna otra cosa que te detiene?

    LI. — Dicen que Cásina tiene una espada, para matarnos a mí y a ti.

    OL. — Lo sé, deja que la tenga, no son más que pamplinas; yo me conozco muy bien esas malas piezas; venga, entra conmigo en casa.

    LI. — Pero es que tengo miedo que pase algo, ve tú primero y entérate antes,

    de qué es lo que ocurre ahí dentro.

    OL. — Tan preciosa me es a mí mi vida como a ti la tuya. Venga, entra.

    LI. — Si tú lo dices, hale, entro contigo.

    ACTO IV

    ESCENA PRIMERA

    PARDALISCA

    MÚSICA QUE ACOMPAÑE LA INTERVENCIÓN DE PARDALICA

    PA. — (A los espectadores) Todos andan de trajín ahí dentro por toda la casa: el viejo grita en la cocina, dando prisa a los cocineros: «¿Por qué no dais golpe? Si es que vais a hacer algo, ¡venga ya! Daos prisa, ya debería estar hecha la cena». El capataz va de acá para allá con la corona de flores, vestido de blanco, todo pimpante. Las otras dos, por su parte, están disfrazando al

    escudero, para dárselo a nuestro capataz de novia en lugar de Cásina, pero disimulan de maravilla, como si no supieran nada de lo que va a suceder; los cocineros no se quedan atrás y se las pintan solos para hacer que el viejo no cene, ponen los pucheros patas arriba, apagan el fuego con

    agua; ellas les han dicho que lo hagan así —es que quieren echar al viejo de casa sin cenar, para poder luego ellas solas llenarse bien la panza, yo me las conozco bien, son unas comilonas: son capaces de acabar con un galeón lleno de víveres—. Pero se abre la puerta.

    ESCENA SEGUNDA

    LISÍDAMO, PARDALISCA

    LI. — (A su mujer, dentro de casa.) Yo creo, Cleóstrata, que haríais bien en cenar cuando esté la cena; yo cenaré en el campo; es que quiero acompañar a los novios a la finca, yo me sé lo mala que es la gente, no sea que la vayan a raptar a ella. No os privéis de nada. Pero daos prisa en despedir ya a los novios, para que lleguemos allí antes que se haga de noche. Yo volveré

    mañana; yo, querida, celebraré mañana el convite.

    PA. — (Aparte.) Lo que dije: las dos parientas le largan al viejo sin cenar.

    LI. — ¿Qué haces tú aquí?

    PA. — Voy a donde el ama me ha mandado.

    LI. — ¿De verdad?

    PA. — En serio.

    LI. — ¿Qué es lo que estás espiando aquí?

    PA. — Yo no estoy espiando.

    LI. — Hala dentro; tú estás aquí de brazos cruzados y los otros trajinando en casa.

    PA. — Voy, voy.

    LI— Lárgate ya de aquí, mala, más que mala. (Pardalisca entra en casa.) ¿Se fue ya? Ahora puedo hablar lo que me venga en gana: cuando se está enamorado, en serio, aunque se tenga hambre, es como si no se tuviera. Pero mira, ahí viene con su corona y su antorcha mi compinche, mi colega, el capataz, mi conmarido.

    ESCENA TERCERA

    OLIMPIÓN, LISÍDAMO

    OL. — (Flautista) Venga, tú, flautista, mientras que traen a la novia aquí fuera, llena esta plaza toda con una dulce melodía para celebrar mis bodas.

    LI. — ¿Qué tal, mi bien?

    OL. — Hambriento estoy, ¡qué narices!, y en un grado más de lo debido.

    LI. — Pues yo estoy enamorado.

    OL. — Pues a mí, ¡qué caray!, me trae eso sin cuidado; a ti te sustituye el amor a la comida, pero a mí, ya hace tiempo que a fuerza de ayunar, me están sonando las tripas.

    LI. — Pero, ¿qué hacen ya tanto rato ahí dentro esas tardonas? Parece que lo hacen adrede, mientras más prisa tengo yo, más despacio va todo.

    OL. — ¿Qué te parece, si entono otra vez el himeneo, a ver si así salen más pronto?

    LI. — Me parece de perlas y yo también cantaré, puesto que las bodas son de los dos.

    LI., OL. — ¡Himen, Himeneo, oh Himen!

    LI. — ¡Maldición!, muerto soy, desgraciado de mí, puedo reventar a fuerza de cantar el Himeneo, pero del mal que estoy deseando reventar, de eso ni hablar.

    OL. — ¡Caray, de verdad, tú, si fueras un caballo, serías indomable!

    LI. — ¿Por qué lo dices?

    OL. — Eres muy fogoso.

    LI. — ¿Es que acaso lo has experimentado tú?

    OL. — ¡Dios me libre! Pero ha sonado la puerta, ya salen.

    LI. — ¡Uff, gracias a Dios!

    ESCENA CUARTA

    CALINO, PARDALISCA, OLIMPIÓN, LISÍDAMO, CLEÓSTRATA

    MÚSICA DE BODA

    CAL. — Ya desde lo lejos se deja sentir el olor de Cásino.

    PA. — Levanta el pie con cuidado sobre el umbral, novia: da comienzo con buenos auspicios a este camino, para que mantengas siempre la supremacía sobre tu marido, que afirmes tu poderío sobre él y lo domines y salgas siempre victoriosa, y para que con tu autoridad seas tú siempre la que lleve la voz cantante; que tu marido te vista y tú lo despojes a él; ten siempre presente, por favor, no parar de engañarle, ni de día ni de noche.

    OL. — ¡Caray!, que se las va a ganar en cuanto que se propase lo más mínimo.

    LI. — ¡Calla!

    OL. — No me callo.

    LI. — ¿Por qué?

    OL. — Una mala persona le da malas instrucciones a otra que también es mala.

    LI. — ¡A ver si ahora que está todo a punto me lo vas a echar abajo! Eso es lo que buscan, eso es lo que pretenden, que se quede ahora todo en agua de borrajas.

    PA. — Hala, Olimpión, puesto que así es tu deseo, recibe a Cásina por esposa de nuestras manos.

    OL. — Venga ya, dádmela, si es que vais a acabar al fin hoy de dármela por esposa.

    LI. — Entraos.

    PA. — Yo te ruego, Olimpión, trátala con cariño, que es una joven sin experiencias.

    OL. — Así se hará.

    PA. — Ea, adiós.

    OL. — Íos ya.

    LI. — (A las mujeres) Ea, marchaos.

    CL. — Adiós, pues. (Cleústrata y Pardalisca entran en casa.)

    LI. — ¿Se fue ya mi mujer?

    OL. — En casa está, no tengas miedo.

    LI. — ¡Ole! Ahora al fin soy libre, caray. (A la novia.) ¡Tú, corazoncito mío, mielecita, primavera mía!

    OL. — ¡Eh, tú, cuidado, que te la vas a ganar, la novia me pertenece a mí!

    LI. — Lo sé; pero el usufructo es primero para mí.

    OL. — Ten la antorcha.

    LI. — No, no, mejor a ésta. (Abrazando a la novia.) Poderosa Venus, muchos son los bienes que me has concedido al poner a ésta en mis brazos.

    OL. — ¡Ay, ay, qué cuerpecito tan tierno! Mujercita de mis entretelas... ¿Qué es esto?

    LI. — ¿Qué pasa?

    OL. — Nada, que me ha dado un pisotón como si fuera un elefante.

    LI. — Calla, por favor, su pecho es más blando que una nubecilla.

    OL. — ¡Ay Dios mío, qué tetitas más lindas!... ¡Ay, pobre de mí!

    LI. — Pero, ¿qué pasa?

    OL. — Me ha dado un revés en el pecho, no con el codo, sino con un ariete.

    LI. — Quita, por favor, eso es porque tienes un tacto tan duro con ella; mira como a mí, que la sé tratar con delicadeza, no me hace la guerra... ¡Ay!

    OL. — ¿Qué ocurre?

    LI. — Por favor, sí que no tiene fuerza, la joven; casi me echa por la borda de un codazo.

    OL. —Eso es que está ya deseando echarse ella.

    LI. — Pues venga, vamos.

    OL. — Anda, monada, ven, sé buenecita. (Entran en casa de Alcésimo.)

    ACTO V

    ESCENA PRIMERA

    MÍRRINA, PARDALISCA, CLEÚSTRATA

    MÍ. — (Saliendo de casa de Cleóstrata con ella y Pardalisca) Después de habernos regalado a placer ahí dentro, salimos ahora a la calle para presenciar los juegos nupciales. En serio, jamás me he puesto así de reírme, ni pienso volver a reírme más en el resto de mis días.

    PA. — Tengo ganas de saber qué tal le va a Calino de novia con su marido.

    MÍ. — Yo creo que un engaño así tan bien pensado como el que hemos tramado nosotras no se le ha ocurrido jamás a ningún poeta.

    CL. — ¡Cuánto me gustaría ver venir al viejo con la cara partida a fuerza de bofetadas, el tío más sinvergüenza que he visto en todos los días de mi vida,(a Mírrina) a no ser que pienses que es todavía más sinvergüenza el otro, que le pone a su disposición su casa. Tú, Pardalisca, quédate ahora aquí de guardia, para que le tomes el pelo al primero que salga.

    PA. — Lo haré a gusto.

    CL. —Sí, desde aquí lo puedes ver todo; qué es lo que hacen dentro.

    — Detrás de mí, por favor.

    CL. — Ahí puedes además hablar con más tranquilidad lo que quieras.

    MÍ. — Calla, suena nuestra puerta.

    ESCENA SEGUNDA

    OLIMPIÓN, MÍRRINA, CLEÚSTRATA, PARDALISCA

    MÚSICA ALUSIVA AL ENGAÑO

    OL. — (Saliendo de casa de Alcésimo.) Yo no sé ni a dónde huir, ni en dónde

    esconderme, ni cómo ocultar esta vergüenza, tan sin igual es el oprobio del que hemos quedado cubiertos por nuestras bodas los dos, el amo y yo, estoy muerto de miedo y de vergüenza, hay que ver el ridículo en que hemos quedado los dos. Pero, necio de mí, salir ahora con estas novedades, de

    sentir vergüenza, yo que no la he sentido jamás de los jamases. (Al público.) Estad atentos, mientras que os cuento lo sucedido, que merece la pena oírlo, se parte uno de risa al oír y al contar los líos que he organizado ahí dentro. Después que llevé la novia a la casa, la metí derechamente en el

    dormitorio. Aquello estaba más oscuro que boca de lobo; aprovechando que el viejo no estaba todavía allí, cojo y le digo «anda, échate»; la pongo en la cama, le arrimo las almohadas y me pongo a amansarla con caricias, para conseguir consumar el matrimonio antes que el viejo. Pero luego empiezo a ir algo más despacio, y me vuelvo a mirar, no sea que el viejo viniera. Para ponerme en forma cojo y le quiero dar un beso, pero ella va y me quita la mano y no me deja besarla. Me van entrando cada vez más prisas y más ganas de echarme sobre Cásina, y sobre todo que quiero adelantarme al viejo, y voy y echo el cerrojo a la puerta para que no me coja con las manos en la masa.

    CL. — (A Pardalisca.) Venga, abórdalo ahora.

    PA. — (A Olimpión) Oye, ¿dónde está tu novia?

    OL. — (Aparte.) ¡Ay de mí, muerto soy, todo se ha descubierto!

    PA. —Tienes que contárnoslo todo de pe a pa. ¿Qué es lo que ocurre ahí dentro? ¿Qué tal Cásina? ¿Te deja hacer?

    OL. — Me da vergüenza decirlo.

    PA. — Anda, cuéntalo todo de pe a pa, como habías comenzado.

    OL. — Tú, me da apuro.

    PA. — Venga, dilo tranquilamente. Después que te echaste..., sigue, desde ahí. Cuenta, ¿qué pasó?

    OL. — Es que es una vergüenza.

    PA. — Así tendrán cuidado los que lo oigan de no hacer lo mismo.

    OL. — Es algo muy gordo.

    PA. — Me haces perder el tiempo. ¿Por qué no sigues?

    OL. —... cuando me lanzo por debajo, sentí…

    PA. — ¿El qué?

    OL. — ¡Bah!

    PA. — ¿El qué?

    OL. — ¡Pah!

    PA. — ¿el qué es?

    OL. — ¡Ay, era una cosa enorme! Temí que tuviera una espada y me pongo a buscarla. Mientras busco a ver no sea que tenga una espada, voy y me encuentro que tengo en la mano la empuñadura; pero si bien lo pienso, no era una espada lo que tenía, porque hubiera estado fría.

    PA. — Sigue.

    OL. — Pero es que me da apuro.

    PA. — ¿Era acaso un nabo?

    OL. —No era.

    PA. — ¿Un pepino, quizá?

    OL. — Desde luego, ¡qué caray!, no era ninguna clase de hortaliza, a no ser, que, bueno, sea lo que fuere, desde luego una tormenta no le había caído nunca encima, tan grande era, sea lo que fuere.

    PA. — ¿Y qué pasó luego? Acaba ya de contarlo.

    OL. — Entonces le digo, «Cásina», le digo, «por favor, mujercita mía de mi alma, por qué me rechazas siendo tu marido. Caray, no me merezco que me trates así, después de lo mucho que te he deseado». Ella no dice ni pío y con el vestido se tapa las partes por las que sois mujeres. Cuando veo ese paso cerrado, la pido que me deje ir por otro lado; voy, para volverme hacia

    ella a apoyarme en el codo; sin decir palabra me levanto, para echarme encima y pero ella…

    MÍ. — (A los espectadores) Lo cuenta divertidísimo .

    OL. — Un beso le doy y me pincha los labios con la barba, como si tuviera cerdas; en cuanto que me pongo de rodillas, va y empieza a darme patadas en el estómago; me caigo de cabeza de la cama; salta tras de mí y me apuñetea la cara; sin decir palabra salgo fuera huyendo con el atuendo que ves, para que el viejo se trague la misma copa que me he tragado yo.

    PA. — Me parece estupendo. Pero, ¿dónde está tu pobre capa?

    OL. — Lo he dejado ahí dentro.

    PA. — ¿Qué te parece? ¿No habéis sido chasqueados de lo lindo?

    OL. — Bien empleado nos está. Pero ha sonado la puerta, a ver si es que viene todavía persiguiéndome.

    ESCENA TERCERA

    LISÍDAMO, CLEÚSTRATA

    LI. — (Sale de casa de Alcésimo con sólo la túnica.) Estoy comido de vergüenza, no sé qué partido tomar ni cómo voy a presentarme a la vista de mi mujer, estoy perdido; toda mi torpeza ha quedado al descubierto, desgraciado de mí, estoy del todo perdido; me han cogido

    Infraganti… no sé cómo me voy a poder disculpar ante mi mujer, me he quedado sin

    mi capa, pobre de mí, esas bodas clandestinas. Voy a buscar a mi mujer dentro y pondré mis espaldas a su disposición por la ofensa que le hecho.

    ¿Hay aquí quizá alguien que quiera ponerse en lugar mío? No sé realmente qué hacer, como no sea que imite a los esclavos que han cometido alguna fechoría y coja y me marche de casa; porque si vuelvo a casa, ¡ay de mis costillas! ¿Encima viene éste ahora con esas pamplinas?, diréis; ¡caray!, es que no tengo ganas de recibir palos, aunque merecido me los tengo. Echaré piernas por aquí y me daré a la fuga.

    CL. — (Desde la puerta de la casa de Alcésimo) ¡Eh, alto ahí, viejo verde!

    LI. —¡Muerto soy! Me llaman, haré como si no oyera y me largo.

    ESCENA CUARTA

    CALINO, LISÍDAMO, CLEÚSTRATA, MÍRRINA, OLIMPIÓN

    MÚSICA QUE INTRUDUZCA ESTA ESCENA HASTA EL FINAL QUE EMPIECE FLOJITA Y ACABE FUERTE CON LA INTERVENCIÓN DE CALINO.

    CAL. — (Deteniendo a Lisidamo) ¿Dónde andas? ¿Conque quieres poner aquí de moda las costumbres de los de Mariconia?, ¿eh? Ahora, si me quieres tomar por montura, tienes buena ocasión; venga, vuelve a la alcoba. ¡Ja,jajaja! ¡te la has buscado! Hale, ven aquí, aquí tengo un árbitro imparcial, no hay necesidad de acudir a los

    tribunales. (Enseñando el bastón.) (pero jugando con la idea del bastón)

    LI. — ¡Muerto soy! Éste me va a machacar el espinazo con el bastón; me iré por aquí, porque por ahí no me espera sino quedar derrengado.

    CL. —Se te saluda, galán enamorado.

    LI. — (Aparte) Y por aquí me sale al paso mi mujer: ahora estoy entre la espada y la pared, y no sé por dónde escapar: por un lado, lobos, por el otro los perros; por la parte de los lobos se andan a bastonazos; creo que voy a dejar por mentiroso al refrán ese, me iré por aquí, la suerte canina creo que no será tan peligrosa.

    MÍ. — ¿Qué tal, bígamo?

    CL. — Marido mío, ¿de dónde vienes en ese atuendo, qué has hecho del bastón o de la capa que tenías?

    MÍ. — (A Cleóstrata). Seguro que lo ha perdido, mientras te estaba engañando con Cásina.

    LI. — Muerto soy.

    CAL. — Venga, ¿nos vamos a acostar? Soy Cásina.

    LI. — ¡Vete a hacer puñetas!

    CAL. — ¿Es que ya no me quieres?

    CL. — Venga, contesta, ¿qué ha sido de tu capa?

    LI. — Mujer, es que las Bacantes, ¡qué caramba!

    CL. — ¿Las Bacantes?

    LI. — Sí, las Bacantes, ¡qué caramba!, mujer.

    MÍ. —Está diciendo tonterías a sabiendas, porque precisamente ahora no hay fiestas ningunas de Bacantes.

    LI. — Se me había olvidado, pero a pesar de eso, es que las Bacantes...

    CL. — ¿Qué pasa con las Bacantes?

    LI. — Si no es posible, que...

    CL. — ¡Caray!, tú tienes miedo.

    LI. — ¿Yo? Te juro que estás mintiendo.

    CL. —Pues estás muy pálido.

    — Y además ha puesto mi reputación por los suelos con sus vilezas.

    LI. — ¿No te callarás?

    OL. —No me callo, ¡maldición!, porque tú fuiste el que me rogaste con tantísimo empeño que pidiera a Cásina por esposa, por causa tuya.

    LI. — ¿Qué yo he hecho eso?

    OL. — No, tú no, sino Héctor el troyano.

    LI. — ¡Que ojalá hubiera acabado contigo! (A las mujeres.) ¿He hecho yo eso que decís?

    CL. — ¿Que si lo has hecho?

    LI. — No, si de verdad lo he hecho, mal hecho está.

    CL. — Vuélvete a casa ahora, yo te haré recordar, si es que has perdido la memoria.

    LI. — No, me parece que es preferible creer lo que me decís. Ahora, mujer mía, concede el perdón a tu marido; tú, Mírrina, pídeselo a Cleóstrata; si en adelante nunca jamás o hago el amor a Cásina o solo con que dé muestras de querérselo hacer, si en adelante vuelvo a hacer una cosa semejante, yo te concedo el derecho, mujer, de que me cuelgues y me des de palos.

    MÍ. — Por Dios, Cleústrata, yo creo que se le debe conceder el perdón.

    CL. — Como tú quieras, y además hay otro motivo, por el que me cuesta menos el concedérselo y es para no alargar más aún esta comedia.

    LI. — ¿No estás ya enfadada?

    CL. — No.

    LI. — ¿Palabra?

    CL. — Palabra.

    LI. — No hay nadie en el mundo que tenga una mujer más encantadora que la mía.

    CL. — (A Calino.) Venga, tú, devuelve el bastón y la capa.

    CAL. — Ten, si te empeñas. Desde luego a mí se me ha hecho a todas luces una gran injusticia: me he casado con dos, y ninguno de los dos ha hecho conmigo lo que se hace con las novias. Distinguido público, os vamos a contar lo que va a suceder ahora ahí dentro: Cásina quedará reconocida como la hija del vecino de al lado y se casará con Eutinico, el hijo de nuestro amo. Ahora es justo que nos deis con vuestro aplauso la recompensa que nos merecemos; el que así lo haga, tendrá a espaldas de su mujer la amiga que le venga en gana, pero el que no aplauda con todas sus fuerzas, encontrará a su lado, en lugar de su amiga, un macho cabrío perfumado con aguade la alcantarilla